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LA ADAPTACIÓN

“No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma” Krishnamurti
Blanca tiene 3 años. Lleva un mes en el cole pero llora todo el día, y grita “mamá, mamá” desde que entra hasta que se va. En el patio es cuando más nerviosa se pone, se agarra a mi pierna y llora desconsolada. Un día hasta vomitó. Está llamando la atención, dice alguna compañera. Yo lo que veo es una niña que está sufriendo y no se qué puedo hacer para ayudarla. Blanca por nada del mundo quiere ir al cole.
Lo que comúnmente conocemos como período de adaptación en las escuelas es en realidad algo totalmente diferente de lo que pretende ser. Un par de días, una semana como muchísimo, donde los padres pueden dejar a los niños unas pocas horas o si hay suerte estar dentro del aula con ellos, para que los niños se familiaricen. En algunos centros no hay si quiera eso, desde el primer día los padres se despiden y los niños se quedan ocho horas allí, sin dilación.
Estoy hablando de niños que a lo mejor no se han separado nunca de sus padres, o sus figuras de referencia. Niños que vienen quizá de otro centro. Que no conocen nada ni a nadie, y sienten miedo.
Para explicar el tema de la adaptación tengo que hablar de Bowlby y su teoría del apego. Existen dos tipos de apego . Apego seguro, que es el saludable. El niño que llora cuando su referente desaparece. Y el apego inseguro, que puede ser evitativo, el niño que al irse su referente ni se inmuta. (Creemos que esto es genial, que un niño pequeño, de entre cero y tres años, no llore al irse su madre y dejarlo con un extraño, pero no lo es). Y el apego inseguro ambivalente, que son los niños que al volver su referente se muestran enfadados con él o pueden mostrarse demasiado dependientes sin querer separarse de ellos .
Esto lo explico para que se entienda que es saludable que un niño ante una situación extraña llore y busque a su madre. Por suerte la mayoría de niños tienen este tipo de vínculo seguro. El problema viene cuando queremos que el niño adquiera otro referente de un día para otro, en este caso la maestra.
La adaptación necesita tiempo, mucho a veces, depende de cada niño. Y soy consciente de que es difícil, pero no imposible. Hay escuelas que lo están haciendo. Como los papás suelen trabajar, pueden ser los abuelos, o algún vecino quien haga esa transición. Se trata de que el niño se vincule con la maestra y no le produzca ansiedad quedarse con ella.
Normalmente en los coles se dice que el niño ya está adaptado cuando ya no llora. Pero eso no es adaptación. Eso es supervivencia. El niño llora, llora y llora y llega un punto en el que no puede más y deja de llorar. Pero no se ha vinculado con nadie. Ha aprendido que llorar, un mecanismo muy importante que tiene a su edad, no sirve para nada. Por mucho que pida ayuda, nadie le hace caso. Como dice Michel Odent, su primera experiencia de sumisión.  

LOS CASTIGOS

“¿De dónde sacamos la loca idea de que para que un niño se porte bien primero tenemos que hacerle sentir mal?” Jane Nelsen
Sergio tiene seis años y todos los días está castigado. Un día por pegar, otro día por desobedecer, otro día por correr. Es alumno mío desde los tres años. Siempre ha sido igual y a pesar de que lleva tres siendo castigado todos los días su comportamiento no varía. Y yo me pregunto, ¿entonces para qué le castigo? Sergio tampoco quiere ir al cole.
Castigamos a los niños porque no sabemos hacer otra cosa ante un supuesto “mal comportamiento”. Es lo que normalmente hicieron con nosotros y es lo que hace la mayoría. El niño se porta mal y creemos que si le quitamos algo que le gusta como tiempo para jugar, o le ignoramos, que es otra forma de castigo, el niño para evitarlo, no volverá a portarse mal. Pero no es tan sencillo y además está claro que no funciona, al menos a largo plazo. Y sí, tiene consecuencias.
Castigar forma parte de la corriente pedagógica del conductismo. El psicólogo Skinner descubrió que si a una rata le dabas una descarga eléctrica cuando se acercaba a un sitio, la rata se dejaba de acercar. Se extrapoló esto al comportamiento humano y se creyó que sería tan sencillo como su experimento de laboratorio. Pero no es así.
El comportamiento humano es complejo. Los niños hacen cosas, que para nosotros no son correctas, como pegar, contestar, moverse. Son cosas naturales en el niño pequeño. Pero a nosotros nos molestan y queremos que esas conductas desaparezcan. El problema es que al castigar a un niño la conducta parece que desaparece por un tiempo. El niño que está castigado no está pegando ni corriendo ni gritando. Y quizá hasta pueda controlarse por un tiempo para no volverlo a hacer. Pero no ha aprendido nada sobre no hacer daño a los demás, solo está intentando evitar el castigo. No confundamos el respeto con el miedo. 
Me explico. Si yo no mato gente no es para no ir a la cárcel. Es porque sé que no está bien. Nosotros lo que queremos es que el niño no pegue a los demás porque entienda que hace daño, no para evitar el castigo. Pero eso lo alcanzará poco a poco, gracias a su madurez y nuestro acompañamiento. Nunca gracias a los castigos. 
¿Y por qué digo que son perjudiciales? Porque hay algo que sí enseñan los castigos. Enseñan un modelo de abuso de poder en el que puedo hacer sentir mal a otra persona cuando no me gusta lo que hace. Y un mensaje para el niño: cuando hago algo mal merezco que me hagan daño.
Castigamos a los bebés cuando les regañamos porque tocan un enchufe y pretendemos que para evitar nuestro enfado el bebé no toque eso, en vez de tapar el enchufe. Castigamos a los niños en la silla de pensar, cuando en lo único que deben estar pensando es en que nos odian por hacerles eso. Castigamos a los adolescentes cuando con una mirada hacemos que se callen o no digan algo que nos molesta. Y luego cuando somos adultos seguimos castigando a nuestros amigos o a nuestra pareja retirándoles la palabra cuando nos enfadamos con ellos. Creo que no es el mejor modelo a seguir para relacionarnos con la gente que más queremos.

NO SE GRITA

“Tus niños al crecer tal vez olviden tus palabras, pero nunca olvidarán cómo los hiciste sentir” Maya Angelou
Lucas tiene 6 años. Es un niño muy nervioso. El pobre vive castigado, porque no hace caso y pega mucho. La profe de natación habla siempre conmigo porque no sabe qué hacer con él para que obedezca. Yo no sé qué decirle. La madre de Lucas me ha escrito en la agenda para ver si pasó algo en natación el último día. La profe me cuenta que se portó mal y le dejó sin nadar. Él me cuenta que la profe le gritó muy fuerte y lloró. Su madre dice que ahora Lucas los días de pisci no quiere ir al cole.
No se grita a los niños. No está bien. No digo que no lo haya hecho. Muchas veces he perdido los nervios y he gritado. (Ese es mi problema, no de ellos. Nadie hace perder los nervios a nadie, los perdemos nosotros solos.) Pero no está bien. Después les insistimos a ellos con el “no se grita”, pero me pregunto, ¿quién gritó primero?.
Hacemos cosas a los niños que jamás haríamos a otro adulto. Quizá porque son los más débiles y no pueden defenderse, descargamos toda nuestra ira y cansancio sobre ellos. No es justo.
Gritar a un niño como obligarle a comer es violento, como pegarle o humillarle, aunque esto último nos parezca más evidente. La violencia no está justificada y la hemos normalizado en muchos ámbitos. No vale de nada hacer palomas de papel el día de la paz si luego somos violentos con ellos. Seamos coherentes con lo que decimos y hacemos.
Gritamos porque nos desbordamos, porque el trabajo es estresante, tenemos muchos niños, incluso porque creemos que si lo decimos más fuerte nos entenderán mejor. Pero gritar no muestra más que nuestras carencias y falta de recursos para solucionar los problemas. Cuando alguien nos grita a nosotros, ¿cómo nos sentimos? ¿nos ayuda en algo? ¿acaso así comprendemos mejor el mensaje?
A lo largo de mi experiencia me he encontrado muchos niños con miedo. Con miedo a dirigirse a los profes. Niños que te hablan y preguntan todo con una gran inseguridad. Hay que trabajar esa inseguridad, decía alguna compañera. ¿No somos nosotros los que deberíamos trabajarnos para dejar de gritarles y hacer que se sientan asustados?
¿Y cuando son ellos los que gritan? Ellos sí tienen derecho a gritar porque son niños. Porque están aprendiendo todavía formas de comunicarse y resolver los conflictos. No tienen tantas estrategias como nosotros. No nos lo tomemos como algo personal, sus emociones son intensas y es normal que exploten. Somos los adultos los que supuestamente deberíamos saber gestionar nuestras emocilones, no ellos. 

Intentemos no gritarles, como intentamos no gritar a nuestra pareja o a nuestros amigos. Y si nos equivocamos, pidamos perdón. Les sorprenderá, no están acostumbrados. No hay mejor ejemplo que darle a un niño que pedirle perdón y mostrarle que todos podemos cometemos errores. Con ese gesto tan simple les estamos dando una gran lección de humildad y estarán entendiendo que gritar no está bien. Ah, y además así nos podemos ahorrar las absurdas palomas.

EL COMEDOR

“Uno no siempre puede hacer lo que quiere… pero siempre tiene el derecho de no hacer lo que no quiere.” Mario Benedetti
Rodrigo tiene 4 años. Sus padres están desesperados porque no come nada. Cuando llega la hora del comedor Rodrigo se empieza a poner nervioso y a preguntar que qué hay para comer. Sabe que empieza un momento horrible y que lo va a pasar mal. Se sienta en el banco del comedor con las manos por detrás colgando porque siempre le han dado de comer y la comida no le interesa en absoluto. Tiene una relación realmente mala con la comida. Después de media hora no ha comenzado y hay que empezar a dar de comer. A mí no me gusta meterles la cuchara, entonces chantajeo, castigo, presiono y solo si no me funciona nada, les obligo. No me siento bien con esto pero los niños no se pueden ir sin comer, ya me lo dijeron en la última reunión. Rodrigo no quiere ir al cole.
El tema de la comida es junto al sueño uno de los grandes problemas que hay en torno a los niños pequeños. Preocupa a padres y maestros. Y como casi todos los problemas que creemos que tienen los niños, la culpa es nuestra, de los mayores.
Si a mi hijo le suelo dar de comer galletas, bollería, chuches es normal que rechace la fruta. No es tan dulce. Yo tampoco la elegiría. Solo que yo soy adulta y se que es más sano comer fruta. A un niño eso le da igual. Por tanto, a un niño no le preguntes si quiere galletas o fruta. Pregúntale si quiere uvas o mandarina.
Si mi hijo come patatas fritas a diario, pizzas, procesados… ¿Cómo le van a parecer sabrosas las verduras? El paladar se acostumbra y se educa. Somos nosotros los que les ofrecemos y damos esas cosas y luego nos echamos las manos a la cabeza porque no quieren comer otras. La clave está, como dice el nutricionista Julio Basulto, en no ofrecer no prohibir. No ofrezcas ni tengas en casa cosas insanas y no tendrás que decir que no. Tampoco prohíbas ciertos alimentos fuera de casa, no hará más que aumentar el deseo.
¿Realmente alguien en su sano juicio pensaría que un niño puede morir de hambre en esta sociedad? Salvo muy muy contados casos de niños con problemas, todo ser humano va a comer para sobrevivir, así que dejemos de esforzarnos tanto para que los niños coman. Lo harán. No son suicidas. Quizá no coman tanto como nos gustaría pero ese es nuestro problema. Los niños mejor que nadie saben cuánto necesitan y si están sanos es lo único que importa. Quizá no coman de todo, pero resulta que nosotros tampoco lo hacemos, respetemos sus gustos. Que más da que no coma naranja si come plátano. Que más da que no coma espinacas si come guisantes. Ningún alimento es imprescindible.
Obligar a un niño a comer es violento. Está mal. Y además es contraproducente. Consigue todo lo contrario de lo que pretende. Comer debe ser un acto de disfrute, no una batalla. Si el niño relaciona el acto de comer con que le griten, le castiguen, le regañen, no querrá comer. Si le metemos la cuchara con zanahoria cuando no le gusta y no quiere solo haremos que la aborrezca. Pongamos en sus platos cosas sanas y relajémonos. Comerán lo que quieran, como hacemos nosotros.

BULLYING

 

“Si un niño se “porta mal” es porque se siente mal” Rebeca Wild
Diego tiene cinco años, es de diciembre, de los pequeños de la clase, y es fan incondicional de Luis y Raúl que son de enero, tienen seis años y los líderes de la clase. Sí, en infantil ya hay líderes. Diego solo quiere hacer lo que ellos hacen y jugar a lo que ellos juegan. Pero Luis y Raúl no quieren jugar con él, le pegan, le insultan y se ríen de él porque es más pequeño. Jessica, su madre, viene a hablar conmigo, está preocupada. Hablo con la psicopedagoga del centro que me dice que hay que intentar que jueguen todos juntos, ¿se puede obligar a alguien a querer estar con alguien? Hablo con la mamá de Luis. Me dice que todo lo que le cuento que su hijo hace y dice a Diego son las cosas que a él le hace y le dice su hermano mayor. El bullying comienza en infantil y yo estoy perdida. Ah, Diego tampoco quiere ir al cole.
Diego ahora tendrá nueve años y espero que no abuse de otros niños más débiles que él ni que nadie se ría de él, le pegue o le insulte a diario.
Desde hace un tiempo la palabra bullying está en boca de todos. Los coles hacen protocolos antibullying, los padres hablan seriamente con sus hijos, y mientras algunos niños siguen sufriendo esta lacra día tras día que se lleva todos los años la vida de unos cuantos.
El acoso escolar, como la violencia machista, ha existido siempre, solo que ahora gracias a los medios lo escuchamos más. Aunque rápidamente queremos etiquetar a la víctima y al acosador, la cosa no es tan sencilla. El niño que acosa es víctima a su vez de otros y sólo está repitiendo patrones para poder sobrevivir.
Tenemos que empezar a cambiar la visión del niño que se porta mal. Un niño que se porta mal no se siente bien. El bebé que muerde a otro bebé en la escuela infantil quizá eche de menos a su madre y aún no sabe comunicarse, el niño que pega a su madre quizá está celoso de su hermano y no sabe expresarlo con palabras. El niño que acosa a otro es víctima también del sistema y está sufriendo.
Vivimos en un mundo violento y los niños reciben esa violencia de la televisión, de la calle y de nosotros. Cuando insultamos a la vecina, o al conductor del coche de al lado. Cuando les gritamos o insultamos a ellos o a nuestra pareja. Cuando nos reímos de alguien que sale en la tele. Todo lo ven y todo lo van a repetir. Los niños lo absorben todo, lo bueno y lo malo.
Detrás de un niño que hace bullying puede haber mil cosas, un padre que maltrata a su madre, un hermano que le acosa a él, una crianza muy autoritaria basada en el miedo. Al final ese niño se siente muy inseguro y necesita acosar a otros para volver a sentirse fuerte porque le han hecho sentir pequeño.

Por tanto, vamos a proteger siempre a la “víctima” , sí, pero no nos olvidemos de que el que acosa necesita también ayuda y que castigarle, regañarle, humillarle, no hará mas que hacerle sentir peor y eso empeorará el problema. Y no olvidemos que si los niños son violentos lo han aprendido de los adultos. Así que si hay un culpable aquí, somos nosotros.  

LAS MALDITAS FICHAS

«Una prueba de lo acertado de la intervención educativa es la felicidad del niño» M.Montessori

Pablo tiene tres años y unos ojos grandes preciosos. Es un niño travieso y divertido. No le interesa absolutamente nada más en la vida que jugar con sus amigos, como es lógico y normal. Su profe me dice que está muy cansada de él, porque lleva una hora delante de una ficha y no ha empezado a hacerla. ¡Una hora! Pablo está llorando. Le veo y se me parte el corazón. Me bloqueo y no se qué decir. Ya nos lo han dicho cien veces desde dirección: las fichas tienen que salir hechas. Pablo hay días que tampoco quiere ir al cole.
Ahora Pablo tendrá unos 7 años y espero que en su escuela hayan desaparecido los libros de texto, aunque sé que estoy pidiendo demasiado.
Definitivamente hemos perdido el norte. Nos estamos cargando el aprendizaje. Pensad por un momento en un niño de dos años. Los niños nacen con un instinto de querer descubrir y aprender todo, pero con cosas como esta no hacemos mas que conseguir que lo odien, que no quieran ni les interese nada relacionado con la escuela. Los niños pequeños necesitan descubrir el mundo de forma concreta, tocando, estando, experimentando, viviendo.
Las fichas, para el que lo desconozca, no dejan de ser hojas que rellenar poniendo una pegatina, uniendo dibujos o escribiendo algo. Es, entre muchas otras, una de las cosas más absurdas que me he encontrado en la escuela infantil. Realmente el que piense que un niño va a aprender lo que es grande y pequeño, poniendo una pegatina en una hoja, es que desconoce muchísimo cómo aprende un niño.

¿Conocéis a alguien que no sepa lo que es un círculo? Yo tampoco. Entonces, ¿por qué nos esforzamos tanto en que los niños aprendan cosas que de sobra van a aprender sin nosotros? ¿No será que tenemos que demostrar como maestros que estamos haciendo algo?
Muchas escuelas como a la que iba Pablo, tienen acuerdos con las editoriales que les obligan a tener libros de texto con fichas. Me gané más de una charla por permitir que los niños las hicieran rápido y muchas veces mal para poderse ir a jugar. Los padres estaban pagando esos libros y había que tomárselas en serio. Pero en mi fuero interno no podía martirizarlos con algo que sabía no solo que no les gustaba, y no servía para nada, sino que además era perjudicial para su aprendizaje. Les estaba robando el placer de aprender.
Los niños aprenden todas esas cosas que queremos enseñarles, a pesar de nosotros. Las aprenden en las conversaciones, haciendo cosas, en la vida misma. No necesitan ninguna ficha. Ellos traen todo el potencial para aprenderlas. Nos empeñamos en meter con calzador los colores, las estaciones, los animales… con canciones, juegos, bits de inteligencia… Cuanto más estrambótico mejor, como si nos fuera la vida en ello, como si no fueran a aprenderlo si no lo hacemos. Y no, no lo necesitan. Lo van a aprender. Confiemos un poco más en los niños. Les estamos tomando por inútiles.  

TATUAJES Y TDAH

“Todos somos genios, pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil” Albert Einstein
Rober tendría unos once años cuando yo empecé a darle clases particulares. Era de los que suspendía varias asignaturas, le aburría profundamente el colegio y no prestaba atención a nada de lo que allí le contaban. Yo hacía lo que podía. Los profesores le dijeron a sus padres que tenía TDAH (hiperactividad con déficit de atención). Empezaba a estar de moda el diagnóstico. En el momento no me di cuenta, (yo era una adolescente que ni había comenzado a estudiar magisterio por aquel entonces), pero Rober no tenía ningún trastorno, lo que tenía era un don. ¿Cómo sino un niño supuestamente con problemas de atención, podía pasarse horas (literalmente) delante de un folio, y otro, y otro más, haciendo dibujos, con una calidad y un entusiasmo dignos de admirar? Ingenua de mí, cometí un error. Llegó justamente a mis manos un absurdo libro sobre como medicar a los niños con TDAH y tuve la brillante idea de dárselo a su madre. Ella, mucho más sabia que yo, me dijo que prefería no darle ninguna cosa a su hijo. Rober tampoco quería ir al cole.
Hoy Rober es un gran tatuador y gana premios en los concursos a los que asiste. Donde mucha gente vio un fracasado, había alguien con talento que no sólo tiene éxito sino que tiene algo de lo que muy poca gente puede estar orgullosa. Un trabajo que le apasiona. Esto fue posible gracias a unos padres que nunca le dieron mucho valor a las notas, que lo apoyaron siempre en su sueño y que vieron algo más en él que los profesores con los que se cruzó. Porque la escuela es válida para algunos, pero se puede cargar a muchos otros, y de esos solo algunos sobreviven. Rober fue un superviviente.
A lo largo de mi experiencia posterior como maestra de infantil, me volví a encontrar con muchos niños a los que se les había diagnosticado TDAH. algunos medicados. Es una auténtica plaga. Medicar a los niños (con los efectos secundarios que tiene) para que encajen en un sistema que no hace nada para que todos los niños encajen en él me parece un horror. Como hay niños que se mueven, se levantan, preguntan y molestan mucho, en vez de hacer una reflexión de cómo podemos ayudarles, les damos algo que los apacigüe y así todos podemos seguir haciendo las cosas igual de mal, sin que se note.  
La comunidad científica está dividida entre los que creen que existe este trastorno y los que no. Yo me posiciono en contra de un trastorno que existe porque existe la escuela tal como es. Si se comprendiera que cada niño aprende de diferente manera, y que sus necesidades y aptitudes son distintas, dejarían de tener sentido las etiquetas y sólo habría que darle a cada uno lo que mejor le va.
Me puse bastante triste, cuando me enteré que Andrea, una antigua alumna mía, estaba siendo medicada. Fui a visitarla y ya no era ella. Me impactó. Sus padres estaban contentos porque en clase los profes decían que estaba mucho más tranquila. En verano no la medicamos, me dijeron, no hace falta. Esa frase lo explicaba todo. La medicación es para ir al cole, porque el problema no era de Andrea, es del cole.

LA OBEDIENCIA

“Cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer” Mahatma Gandhi

 
Mario tiene 5 años y ya no sabemos que hacer con él porque no hace caso. Es muy nervioso, cuando hay que sentarse se levanta, cuando hay que escuchar habla, cuando hay que estar quieto corre. Es cierto que es desesperante porque es complicado con 25 niños. No obedece a nada y mira que se lo hemos dicho veces… Hemos hablado con sus padres, con la orientadora pero la verdad es que llevo ya tres años con él y siempre ha sido así. Hay compañeras que se lo toman como algo personal y piensan que es un niño malo sin más, yo simplemente creo que es pequeño y quizá les estamos exigiendo demasiado. Mario no quiere ir al cole.
Mario ahora tendrá nueve o diez años y sólo espero que siga siendo igual.
Nos han vendido la moto de la obediencia y nos la hemos creído. Ser obediente no es un valor. Se nos llena la boca hablando de ser adultos libres, de saber decir que no, no dejar que nadie te pase por encima, saber ganarse el respeto, cuestionarse las cosas y resulta que educamos a los niños para todo lo contrario. Queremos que hagan caso, a la primera, y mira que nos demuestran una y mil veces que no lo van a hacer, que aún así no los escuchamos. 
 
Me arriesgaría a decir que la gran mayoría de adultos piensan que los niños no obedecen y pocos son los que se cuestionan que quizá si todos los niños desobedecen igual nos están queriendo decir algo. Tantos niños desobedeciendo no pueden estar equivocados. Igual nos están diciendo que no pueden obedecer a cosas para las que no están preparados, como estarse quieto si tiene cinco años durante veinte minutos. O que no quieren ahora callarse porque le están contando algo muy importante a su amigo. ¿Nos gustaría que nos mandaran callar a nosotros? No es para nada agradable. O simplemente que lo que les estamos contando: «esto es un círculo y este es el color rojo», les aburre soberanamente.
 
Y si, es cierto que hay lugares en los que hay que estar callados y quietos pero la escuela infantil no debería ser ese sitio, sino todo lo contrario, un lugar donde poderse moverse y hablar. Además, ¿no queríamos que socializaran?, ¿no es eso acaso socializar? Ya llegara el momento en que los niños deseen ir a sitios a estar callados y escuchar por decisión propia porque les interesa lo que oyen o puedan esperar sentados en la sala del médico leyendo un libro.
 
No se aprende a estar callado y quieto, son aspectos que se adquieren con el tiempo cuando el niño está preparado y tiene madurez para ello. No se enseña a obedecer sino que uno se obedece a sí mismo en base a unos valores, (que sí hay que enseñar, pero simplemente siendo ejemplo) y con cierta edad. Ahora no debo comer esto que es insano, ahora debo salir a correr que me viene bien, ahora no voy a hacer lo que el jefe me dice porque es inmoral o injusto… 
 
Pensareis que hay niños que sí obedecen casi siempre pero no es lo ideal, no queremos niños sumisos que a todo digan que sí, que pongan por delante las necesidades del otro antes que las suyas propias. No es característica de un niño ser obediente y no debería serlo. Lo que debemos hacer como adultos es preguntarnos constantemente por qué me “desobedece” el niño, y así sabremos fácilmente qué es lo que necesita. Puede ser moverse, puede ser afecto, descansar… A veces podremos dárselo y otras veces no, pero al menos responderemos de diferente forma y veremos al niño de manera distinta si sabemos que no está portándose mal sino sólo diciéndonos qué es lo que le hace falta en ese momento. Porque lo que está claro, es que nosotros se supone que estamos ahí para responder a sus necesidades dentro de lo posible, no para que nos obedezcan y lo que un niño de 3 a 6 años necesita es moverse, es hablar, es curiosear, es preguntar, es jugar…

LOS NIÑOS QUE NO QUIEREN IR AL COLE

 
“Somos el único animal que despierta a sus crías”. Andre Stern
Raquel tiene cuatro años. Se levanta a las seis, o mejor dicho, la levantan. A las siete está en el cole. Es de las que llega antes, tiene horario ampliado de mañana porque sus padres entran temprano a trabajar. Desayuna allí y espera jugando un poco con los otros madrugadores hasta las nueve que entran todos los demás. Raquel luego se queda dormida en la alfombra de clase durante la asamblea, si tiene suerte y le toca conmigo, que soy de las blandas y la dejo, porque me da lástima. Por las tardes el resto de niños se van a casa a las cinco, pero Raquel merienda también en el cole y se queda hasta las seis porque sus padres salen tarde de trabajar. Raquel no quiere ir al cole.

Raquel ahora tendrá ocho años ya y quizás no se acuerde de que no quería ir, o puede que aun siga sin querer, no lo sé, le perdí la pista cuando dejé aquella escuela. 

Las causas de por qué no quería ir son muchas y variadas pero lo que está claro es que Raquel tiene que ir como todos los demás, quiera o no, porque sus padres trabajan, para pagar cosas como el cole al que va Raquel. También para aprender, socializar y esas cosas… Pero sobre todo por eso, porque sus padres trabajan y sino ¿con quién se quedaría Raquel? 

Pero esto no ha sido siempre así. Ahora nos parece obvio, pero hubo un tiempo en el que la escuela infantil no existía y los niños socializaban y aprendían a leer y a sumar sin problema. La introducción de la mujer en el mercado laboral trastoca un poco el sistema. ¿Quién cuidará ahora de los niños? Y es ahí donde aparece la escuela infantil, que primero fue un sitio en el que los niños jugaban como lo hacían antes en sus casas, sin fichas, sin tantas obligaciones, ni normas, ni deberes, ni fila india, ni es la hora de jugar… para poco a poco convertirse en lo que es hoy en día.

Un lugar al que muchos niños no desean ir, donde cada vez antes se impone que aprendan cosas, donde cada vez hay menos tiempo para el juego libre (ya hasta en el patio se propone hacer juegos dirigidos, no vaya a ser que los niños no sepan a qué jugar), donde premia la competitividad y la obediencia por encima de todo. Un lugar que no bastaba con ser un espacio de juego, que tenía que ser productivo, donde los niños hicieran algo útil, ¿útil para quién? ya que jugar debe ser que no lo es. 

Pero un lugar obsoleto para el siglo en el que vivimos, que no responde a las necesidades reales de los niños, que todos sabemos que tiene que cambiar pero no sabemos cómo exactamente. Que cada vez se parece más a la escuela primaria, cogiendo todo los aspectos negativos de ésta, deberes, trabajos, asignaturas… Con poco espacio para la creatividad, el interés, la reflexión, el descubrimiento. Donde el adulto es el que tiene el saber y los niños han de escuchar para después comprobar si han aprendido lo que se supone que alguien dijo tienen que aprender.  

En definitiva, un lugar que necesita revisarse. Y eso es lo que voy a intentar hacer aquí, entre otras mil cosas de las que quiero hablar. Sacar a la luz todas esas carencias que me he ido encontrando en la escuela infantil que creo que necesitan un análisis. Basándome en mi propia experiencia como maestra espero remover alguna conciencia, invitar a la reflexión, ayudar a alguien, aprender de otros, o como mínimo compartir con quien quiera leerme, mis andaduras como madre y maestra de infantil.



¡Gracias por compartir!