YO TAMPOCO QUERÍA IR AL COLE

«No puedo enseñar así por más tiempo. Si os enteráis de algún trabajo en el que no tenga que hacer daño a los niños para ganarme la vida, hacédmelo saber.» John Taylor Gatto
Rocío tiene 20 años, acaba de terminar la carrera y no puede creerse que va a empezar a trabajar en un cole de infantil como tutora. Es su sueño. Tiene mil ideas y está emocionada, pero cuando lleva un mes allí ya no está tan contenta y no entiende por qué. Pasan los meses y cada vez tiene menos ilusión. A pesar de que los niños la adoran, ella no está bien. Se siente estresada, cansada, ha empezado a tener problemas con las compañeras, con la jefa y a tener crisis de ansiedad. La gente le dice que es normal, que ya se acostumbrará. Aguanta allí tres años hasta que un día no puede más y decide dejar atrás el que creía su sueño y no volver más. Rocío tampoco quería ir al cole.
A pesar de que la carrera de magisterio deja mucho que desear y de que está anticuada en metodologías y demás formas de hacer, creo que todas salimos de allí con ilusión y ganas de cambiar las cosas, de por fin tener un aula con niños y disfrutar de la profesión. Pero somos muchas las que nos damos de bruces con la realidad de un sistema educativo que deja poco margen de actuación, que tiene muchas trabas y que nos pone muchas zancadillas para disfrutar de verdad de estar con los niños.
Esta es mi experiencia y cada una tendrá la suya, pero me consta que muchas cosas se están haciendo mal en muchos sitios. Que no era la única que lo estaba pasando mal. Que hay mucha gente que quiere huir de las escuelas infantiles y mucha que no puede.
29 niños de 4 años en muy pocos metros cuadrados es muy estresante. Tienes varias opciones: coges el rol de sargento, los tienes firmes y callados para que no se te descontrolen, o tomas el rol de animadora que tanto me disgusta, de estar cantando y haciendo teatro todo el día para que estén entretenidos y tampoco se te descontrolen. Y luego está la opción 3, que fue la que acabó conmigo y me trajo problemas. Dejar que se descontrolen, que jueguen, que salten, que se peleen, que hagan trenes con las sillas, castillos con las mesas, que no vayan en fila, que coman lo que quieran… Eso sí, las tres son agotadoras por igual, aunque unas mejores que otras.
Lo peor era bajar a la piscina. Todos los días me decían que nos iban a poner un ayudante, pero acabó el curso y nunca vino. Bajaba con los 29, los desvestía, se bañaban y luego tenía que vestirlos a todos, en media hora, con el calor del vestuario, mientras camisetas y calcetines volaban por los aires y se mezclaban unos con otros. Todo esto rezando para que la camiseta que le había puesto a Berta, fuera la de Berta y no la de Juan, porque sino al día siguiente tendría bronca de su madre. Como aquel día que Luis se fue con los zapatos cambiados, el derecho en el izquierdo y recibí una nota diciendo que era inadmisible lo que había ocurrido y que no me iban a consentir que volviera a pasar.
Bueno miento, lo peor no era eso. Lo peor era la violencia y lo peor es cuando la normalizas. Porque gritar es violencia, zarandear es violencia, meter una cuchara en la boca a la fuerza es violencia, humillar es violencia, dar en la boca a un bebé por morder es violencia, insultar es violencia, tener a un niño castigado sin moverse es violencia. Y hubo un día en que vi claro que o me iba o acabaría convirtiéndome en esas personas que me horrorizaban tanto cuando pisé el cole por primera vez. 
 
Por suerte elegí lo primero y a esas personas en realidad les debería dar las gracias, me enseñaron aunque quizá no de la mejor forma, el tipo de maestra a la que nunca me gustaría parecerme. Salí de allí pensando que mi carrera como maestra había terminado, no quería saber nada más de coles y niños. Pero todo en la vida pasa por algo y siempre digo que si no hubiera estado allí, hoy no estaría aquí. Porque no, no dejé la educación, sino que descubrí un mundo nuevo llamado pedagogías alternativas, con sus luces y sus sombras, pero que me cambió la vida, sí, suena grande, pero es verdad. Pero eso es otra historia y ya os lo cuento otro día…

LAS MANUALIDADES

«Todo niño es un artista, porque todo niño cree ciegamente en su propio talento. La razón es que no tienen ningún miedo a equivocarse… hasta que el sistema les va enseñando poco a poco que el error existe y que deben avergonzarse de él.» Ken Robinson

Erik tiene tres años y ayer, que fue el día de la familia, tuvo que dejar su juego a desgana para que le pusiera pintura en los pies y los plantara en un folio. El mes pasado tuvo que pegar unas orejas, con mi ayuda, a uno de los 24 conejos que había hecho para Pascua. Mañana pintará con pintura de dedos una flor para la fiesta de la primavera y para Navidad haremos tarjetas en las que pegará papelitos verdes dentro de un arbolito dibujado por mí. Yo odio este tipo de actividades, Erik también. Creo que a los únicos a los que les gustan es a sus papás. Erik hay días que no quiere ir cole.
Como contaba en el artículo de el baile  de fin de curso, en la escuela infantil, y en primaria también ocurre mucho, se hacen un montón de cosas absurdas que además de gastar energía y tiempo tanto para los niños como para las profes, creo que no sirven para nada, e incluso que son perjudiciales.
Para fomentar la creatividad, la capacidad para crear e inventar, algo de lo que tanto se habla ahora en educación, quizá este tipo de actividades sea lo peor que hay para ese fin. Decirle a un niño de qué color pintar eso, cómo y dónde poner esa pegatina, cómo dibujar aquello, y dónde colocar esas orejas al conejo, deja nula opción a la creatividad. Todo ya está creado por otros, solo hay que acatar órdenes.
Por otro lado, no solemos dejar a los niños opción de hacerlo o no, suelen ser actividades dirigidas e impuestas, no queremos que ningún papá se quede sin regalo, y si vemos que no hay forma de que lo haga, siempre podemos hacerlo las profes, si total, el fin es que el niño saque un regalito. ¿Porque era ese el fin no?
Porque divertirse con este tipo de actividades, los niños no se divierten. Aprender, no aprenden nada que no puedan hacer jugando o con actividades libres que ellos elijan. Y la creatividad, ya hemos visto que fomentarla no la fomentan. Entonces, ¿Por qué seguimos haciéndolas?
En el aula debe haber tijeras, pegamento, pinturas y material creativo a disposición de los niños para el que quiera utilizarlo. Deben ser libres para crear lo que quieran y libres para regalárselo a quien quieran. Porque obligar a un niño que no quiere a hacer una manualidad para dársela a alguien, es de todo menos un regalo.
Me da la sensación de que las maestras intentamos llenar muchos espacios haciendo cosas porque creemos que si no hacemos nada y los niños juegan todo el rato, están perdiendo el tiempo, cuando es justo lo contrario, están perdiendo el tiempo haciendo estas actividades y es mil veces más productivo para ellos el juego libre.
Un voto para dejar de lado las manualidades obligatorias, y lo siento mucho por los papás que se quedarán sin tarjeta de Navidad, pero estoy segura de que las maestras que se pasan tardes recortando orejitas y ojos de conejo de cartulina me lo agradecerán.

LOS RINCONES

“La primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle” M. Montessori
Carlota tiene 6 años y le encantan los cuentos, las letras, escribir palabras. Cuando llega el momento de jugar por rincones ella siempre quiere ir al rincón de biblioteca, pero hay cinco rincones, y cinco días en una semana. Ya fue el lunes así que hasta el lunes próximo no le tocará volver. En cambio Raúl y Marcos tienes que ir hoy a ese rincón y no les interesa nada, por lo que empiezan a lanzar los cuentos y tengo que intervenir. Me dicen que se aburren, ellos quieren ir al rincón de los coches. Carlota no quiere ir al cole.
La metodología por rincones es de las que más se están utilizando ahora mismo en educación infantil. Para el que no la conozca, se trata de dividir el aula en espacios en los que se realizan diferentes actividades. Suelen estar la biblioteca, el matemático, arte, juego simbólico. El origen, entre otros, viene de María Montessori y sus diferentes áreas de aprendizaje. Tiene muchos aspectos positivos, como la autonomía y la posibilidad de realizar actividades diferentes simultáneamente pero el problema está en que no se ha entendido bien el propósito y al final no deja de ser una actividad dirigida más. Si al final yo llevo el control para que todos los niños pasen por todos los rincones a lo largo de la semana, ¿dónde está la autonomía?, ¿para eso no sería más cómodo hacer todos lo mismo a la vez?. No tiene ningún sentido.
No deja de ser lo mismo de siempre disfrazado de algo más libre y alternativo (aunque tenga 100 años de antigüedad) . La base del trabajo por rincones es buena. Delimitar los espacios y que haya diferentes actividades es enriquecedor y acaba con la imposición de que todos los niños tengan que hacer lo mismo y a la vez, entendiendo que es antinatural que todos tengan los mismos intereses en el mismo momento. Pero en cuanto obligamos a los niños a ir al rincón que nosotros queremos que vayan, porque entendemos que nosotros somos los que mejor sabemos lo que necesitan, cometemos el error de estropear lo que en un principio era una buena propuesta.
Esto ocurre otra vez por el miedo. Tenemos miedo de que los niños no aprendan lo que se supone tiene que saber un niño de seis años. Miedo a que si siempre quiere estar viendo cuentos, quizá nunca aprenda los números. Y eso no va a pasar. Cada niño tiene unas cualidades, unos intereses, unos gustos, y unas ganas. Hay niños que con cuatro años quieren aprender las letras y hay otros que solo quieren jugar, es normal y bueno que no todos seamos iguales. Eso no quiere decir que nunca le interese escribir, pero no es su momento y hay que respetarlo. Ya querrá. Un niño no quiere ser analfabeto, eso seguro.
Una vez leí una frase que decía “Cometemos el error de que cuando nuestro hijo es excelente en pintura pero va mal en matemáticas, le apuntamos a clases de matemáticas en vez de a las de pintura”. Luego nos sorprendemos porque somos un país en el que no se fomenta la excelencia, donde los genios pasan desapercibidos (y creo que todos somos genios en algo) y en el que si destacas en algo se te ignora porque al final lo que importa es que pases por el mismo aro que pasan todos y aprendas lo mismo y a la vez que todos los demás. No vaya a ser que te salgas del redil.

LAS EMOCIONES

“Enfadarse con un niño enfadado, gritarle a un niño que grita, y pegarle a un niño que pega, es como embarrarle de lodo porque se ha ensuciado y esperar que así se limpie.” L. R. Knost
Hugo tiene cinco años y está pasando el momento más difícil de lo que lleva de vida. Acaba de tener una hermanita y está muy celoso. Su forma de expresarlo es con potentes rabietas y contestando mal a cualquier adulto que intente hablar con él. Su profe cada vez que se pone así porque algo no sale como él quiere, le castiga y se enfada diciéndole que hasta que no se calme no le va a hacer caso y que esas no son formas de ponerse. No soporta verle fuera de sus casillas. Hugo no quiere ir al cole.
Las emociones están de moda. Se habla de inteligencia emocional, tenemos en las aulas cuentos sobre las emociones, hablamos de ellas y hacemos actividades para desarrollarlas porque nos han dicho que eso hará de los niños mejores personas. La intención es buena, pero lo estamos enfocando mal. Las emociones no se educan, se viven.
Los niños sienten, mucho y muy intensamente, y lo que los adultos solemos hacer es reprimir sus emociones en vez de acompañarlas. Tendemos a pensar que hay emociones positivas y negativas y esto no es cierto. Las emociones son todas buenas y necesarias, otra cosa es que sean más o menos agradables.
Cuando un niño está triste, enfadado o siente miedo nos suele molestar, probablemente porque es lo mismo que hicieron con nosotros, porque huimos de esas emociones, porque no nos dejaron vivirlas y queremos librar a los niños de ello cuanto antes. Por eso, cuando un niño llora ledecimos que deje de hacerlo, cuando se enfada y tiene una rabieta nos solemos enfadar con ellos y cuando tienen miedo, o bien menospreciamos su sentimientos diciendo que no pasa nada o incluso nos reímos de ellos. Y esto nada tiene que ver con acompañar las emociones de los niños y ayudarles a entenderlas y así poder vivirlas, sino que reprime algo que existe por una razón y que si no es expresado, esa rabia, miedo o tristeza se quedará dentro y es entonces cuando vendrá el problema.

Para acompañar las emociones de los niños basta con ponernos a su altura y decirles que entendemos lo que están sintiendo, podemos decir “veo que estás muy enfadado porque Fulanito te ha quitado el juguete”, “veo que estás triste porque echas de menos a mamá” o “entiendo que te de miedo entrar ahí”. Poniendo nombre a sus emociones los niños sienten que está bien llorar o enfadarse y entonces podrán salir de ahí gracias a que han podido vivirlo. Si un niño se enfada y nos enfadamos con él, más enfadado estará, porque se sumará a su razón inicial que el adulto no le permite sentirse como quiere, por lo que entenderá que hay algo malo en él y que está mal sentir lo que se siente.
Todos queremos niños empáticos, que se conviertan en adolescentes que nos cuenten lo que les pasa y como se sienten, pero desde que son pequeñitos no hacemos más que negarles lo que está pasando, ninguneándolos no dando importancia a sus pequeñas frustraciones que para ellos son terribles. Los cuentos y actividades pueden estar muy bien pero si queremos tener niños sanos emocionalmente empecemos por el principio y dejemos de reprimir y comencemos a dejarles vivir.

HACER LAS PACES

 

«La libertad no es nada más que una oportunidad para ser mejor.» Albert Camus
Isabel tiene cinco años y está todo el día peleándose con Cristina. Se pelean por todo y acaban pegándose, gritándose y una de las dos siempre termina llorando y viniendo a mi a decirme que la otra ya no quiere ser su amiga ni jugar con ella. Yo intento resolverlo como puedo. Las animo a hacer las paces, les digo que tienen que jugar juntas, ser amigas y darse un beso. El pack completo. Ellas obedecen y a los diez minutos están igual. Esta claro que todo eso que hago no sirve para nada. Isabel hay días que no quiere ir al cole.
Imaginemos por un momento que nosotros somos Isabel. Discutimos con alguien en la calle o tenemos un conflicto con un amigo y viene alguien a decirnos que tenemos que llevarnos bien, estar juntos, ser amigos y encima nos obligan a darle un beso o un abrazo. Creo que se entiende que eso es lo que menos nos apetece cuando estamos enfadados con alguien y que no está bien obligar a los niños a hacerlo por una sencilla razón, invalida lo que sienten.
El niño puede sentirse enfadado, disgustado, triste con la otra persona y no les dejamos vivir eso cuando les imponemos que se besen, estén juntos o sean amigos cuando no es lo que les apetece. Tienen derecho a querer alejarse del otro, a estar solos y a no dar muestras de afecto cuando no les nace.
Esto nos ocurre a los adultos porque estamos muy acostumbrados a huir de los conflictos. No nos gustan, nos dan miedo y no nos damos cuenta que forman parte de la vida, que nos ayudan a crecer y a ser mejores. Los niños viven sus conflictos también intensamente y es cierto que se enfadan y a ellos solos se les pasa y normalmente enseguida están jugando otra vez como si nada, pero eso no niega que sus sentimientos sean reales y tengan derecho a vivirlos.
Intervenimos mucho en los conflictos de los niños, demasiado. Nos gusta ser jueces y determinar quien fue el culpable y ha de pedir perdón. Pero el perdón, como el compartir, como el dar un abrazo o un beso a un amigo tiene que salir de uno, no puede venir impuesto. Pedimos perdón a alguien cuando empatizamos con la persona y somos conscientes de que le hemos hecho daño. Decirle a un niño que pida perdón por algo que no entiende, es un perdón vacío, como un gracias o un por favor obligado, que no enseña nada, más que obediencia al adulto o incluso que puedo hacer lo que quiera mientras luego diga perdón.
He visto a muchos niños pequeños que muerden o pegan y acto seguido dan un beso. No tiene sentido. Eso no hace que dejen de pegar o morder ni sana el dolor del otro. Cuando sean más mayores y puedan comprender, y si han tenido modelos de disculpa en su entorno, pedirán perdón, harán las paces, y darán abrazos si lo sienten y les apetece.
Así que podemos ahorrarnos muchas charlas con los pequeños con cosas como «tenéis que ser todos amiguitos», cosa que no es cierta, no tienen por qué serlo. «Tenéis que hacer las paces y daros un abrazo» (luego hablamos de consentimiento), y dejar los perdones para cuando a cada uno le salgan. Eso sí, como digo siempre, podemos ser su mejor ejemplo y pedirles perdón a ellos cuando nos equivoquemos, mostrándoles que todos podemos cometer errores y puede que nos perdonen y que nos dejen darles un beso o un abrazo o puede que no, y estará bien también.

 

EL BAILE DE FIN DE CURSO

“Y si nos estimulasen el pensamiento en vez de decirnos lo que tenemos que hacer.”
Sara tiene cuatro años y es una niña muy especial. No le gustan muchos las multitudes ni ser el centro de atención. Llevamos quince días ensayando el baile para el festival de fin de curso pero en el momento en el que ha empezado a sonar la música, Sara se ha visto ahí arriba del escenario, con tanta gente mirando que se ha puesto a llorar y ha venido hacia mí que estaba abajo intentando marcar los pasos para que los niños me siguieran. La he cogido, se ha calmado y se la he dado a sus padres. La música seguía sonando, pero como yo he dejado de hacer los movimientos, los niños se han perdido. Ha sido un desastre. Los padres aplauden igual. Les hace mucha ilusión este tipo de cosas. Yo estoy cabreada. Todo esto me parece ridículo. Esto es una fiesta donde los que deberían disfrutar son los niños, no solo los padres y no estoy segura de que todos los niños de cuatro de años disfruten con esto. Sara llevaba quince días que no quería venir al cole.
Hace quince días nos dieron los horarios de ensayo para bajar con los niños a practicar el baile al salón de actos.
Primer día:
«Chicos vamos a preparar un baile para los papás. Da igual que no os guste la canción, que no os guste bailar, que os de vergüenza, que no os apetezca, que no queráis. Vamos a hacerlo.»
14 días posteriores:
«Julia ponte aquí. Pedro tú aquí. No te muevas Lucas. He dicho que ahí quietos hasta que suene la música. Raquel agárrate a tu compañero. Ahora vuelta, ahora saltamos, ahora cambiamos de lado. ¿Sonia qué haces? Tienes que ir para el otro lado. Luis no es momento de jugar, estamos ensayando. Sofía un paso atrás. ¿No te acuerdas? Venga, muy bien. ¡Raúl vale ya! Como sigas así te quedas sin bailar. Lidia fenomenal, es la única que se sabe los pasos. Venga, yo voy a estar debajo y tenéis que mirarme por si se os olvida. ¿Sara no quieres bailar? Tus papás quieren verte, si no se pondrán tristes. ¡Andrea para! ¡Carlota basta! ¡SILENCIOOOOO!»
Que queréis que os diga. A mí no me compensa y creo que a ellos tampoco. Es cierto que luego queda muy bonito y muy vistoso. Es cierto que a los papás les encanta, pero mi experiencia me dice que la mayoría de niños de cuatro años no disfrutan con esto. A muchos no les gusta bailar, muchos no están preparados para seguir tantas órdenes, muchos no aguantan tanto tiempo haciendo la misma actividad, muchos no quieren hacerlo, muchos prefieren bailar a su ritmo, muchos no están maduros para entender los pasos, muchos prefieren jugar a ensayar, muchos se aburren soberanamente y yo me siento totalmente frustrada porque no deseo hacer esto, porque para conseguirlo tengo que pelearme con ellos y no quiero. Tengo que obligarles y no quiero. Tengo que gritar y no quiero. Pero no pasa nada, los papás aplaudirán y harán muchas fotos e incluso vendrán a felicitarme y eso debe ser que es lo único que importa.

LA FILA

¿Puede extrañar que la prisión se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, todos los cuales se asemejan a las prisiones? Michel Foucault
Candela tiene seis años y lleva desde los tres intentando ir en fila. A mí es de las cosas que me ponen de mal humor en la escuela porque nunca consigo que la hagan bien, que vayan en línea y acaba siendo un desastre. He intentado alguna vez que se desplacen andando normal, sin fila, pero me han llamado la atención las directoras porque los niños tienen que ir en fila, así que les obligo a ir así aunque no nos guste ni a ellos ni a mí. Hay otras compañeras que se dejan la vida en ello. Gritan, regañan, castigan si los niños no van bien agarrados y se pueden tirar media hora para subir del patio hasta que la fila esté perfecta. No se dan cuenta que da igual, sea septiembre o junio seguirán con la misma pelea y la fila seguirá sin salirles bien. Candela hay días que no quiere ir al cole.
La fila es otra de las cosas que se siguen haciendo en las escuelas desde no se sabe cuando y en la que no nos paramos a pensar mucho. Donde fueres haz lo que vieres, dice el refrán. Y así andamos todos los maestros intentando hacer filas sin preguntarnos por qué y para qué las hacemos.
Los niños las odian, son siempre causa de peleas por quien va primero, quien se cuela… pero además es incómodo, si tienen que agarrarse a la ropa del de delante, se tropiezan… Imaginaros ir así en vuestro trabajo. No es una forma muy natural de moverse.
La fila puede ser útil en la vida para algunas cosas, pero tal cual la utilizamos en los coles es simple y llanamente porque es cómoda para los adultos, es señal de obediencia y orden, pero quizá no sea la mejor forma de moverse para un niño. Queremos que sean autónomos e independientes, pero no confiamos en ellos ni fomentamos con este tipo de normas que lo sean.
Hay ocasiones en que no nos quedará más remedio, pero se puede reflexionar para ver si muchas otras podemos no recurrir a ellas. Por ejemplo, la subida del patio suele ser el momento más caótico debido a que hay muchos grupos pero podemos hacer la fila en el patio y una vez contados todos ir a clase en grupo, andando normal, como nos desplazamos los adultos por los sitios. O igual simplemente basta con que un profe vaya al principio y otro al final para asegurarse de que todos van para las aulas. No sé, seguro que hay mil opciones mucho más respetuosas. Quizá serán algo más movidas y más ruidosas, pero que no se nos olvide, que estamos en una escuela no en un cuartel militar.

NO HAY QUE COMPARTIR

“Muy lenta y dolorosamente aprendí que cuando yo empecé a enseñar menos, los niños empezaron a aprender más.” John Holt
Rebeca tiene cuatro años, es de la clase de al lado y está harta de compartir. Cuando sale al patio y coge un triciclo siempre hay otro niño que también lo quiere. Su profe cuando ve que ya ha estado un rato, la baja aunque ella no quiere y se lo da a otro niño. Le dice, Rebeca hay que compartir. Cuando en clase coge una muñeca y otro niño la quiere y se lo dice a la profe, esta le quita la muñeca y Rebeca se queda llorando. Ella le dice que hay que compartir. Sus padres cuentan que cuando va al parque no quiere prestar sus juguetes, que la obligan a compartir, no quieren que Rebeca sea una egoísta y le dicen que si no comparte, los demás no van a compartir con ella. Rebeca hay días que no quiere ir al cole.
El tema de compartir en los niños se ha entendido mal y está mal planteado. Compartir, dice el diccionario que es, dar parte de lo que uno tiene para que otro lo disfrute. No dice en ningún sitio que compartir sea que una persona externa me quite algo de las manos y se lo de a otra. Eso es quitar, robar, pero no compartir. Compartir tiene que salir de uno. Nadie te puede obligar a compartir, como mucho te obligan a dárselo. Pero compartir no se puede enseñar. Ser generoso se adquiere viendo como los demás lo son, teniendo el ejemplo de los adultos.
Haciendo esto de quitarle a un niño algo de las manos para dárselo a otro, u obligándole y haciéndole sentir mal por ello, no vamos a conseguir que sea más generoso, nada tiene que ver una cosa con otra. Como mucho se estará llevando una lección de que uno puede quitarle a otro las cosas de las manos porque así lo considere.
Pensemos por un momento en nosotros mismos. ¿Somos generosos? ¿Cuánto? ¿Le dejaríamos nuestro móvil, nuestro coche, nuestra casa a uno que pasa por el parque? ¿A un conocido? Para los niños sus juguetes, son sus tesoros y tienen todo el derecho del mundo a no querer dejarlos, como nosotros a no querer prestar nuestro teléfono a cualquiera. Además en los primeros años están en una fase egocéntrica en la que todo gira en torno a ellos, no pueden empatizar. Poco a poco irán entendiendo que los demás tienen necesidades y podrán querer compartir, o no, y estará bien. Cada uno es libre de prestar o no lo que quiere.
Imaginemos que estamos concentrados en un libro, o haciendo una manualidad y llega alguien y nos dice, se acabó tu tiempo, le toca al siguiente, te lo quita de las manos y se lo da a otra persona. Pensaríamos que vaya falta de respeto. Pues se lo hacemos a los niños constantemente. Su juego y su concentración también son importantes.
Por esto yo siempre propongo lo siguiente. Primero dejar deintervenir tanto, y darles la oportunidad de resolverlo solos. Nos sorprenderá. Seguramente quien tenga el objeto deseado no lo querrá soltar y el otro puede que decida irse. Y si vemos que necesitan ayuda podemos explicarles y poner palabras a lo que pasa: Rebeca tiene ese triciclo, se que tú también lo quieres pero está ella ahora con él. Si lo suelta podrás cogerlo. Esto que puede parecer que solo beneficia a Rebeca, en realidad no es así. El día de mañana, su compañero podrá estar tranquilo cuando coja un triciclo o cualquier otra cosa, porque sabrá que puede disfrutar de ello todo el tiempo que quiera y que no debe preocuparse porque vaya a venir un adulto justiciero a quitarle su gran tesoro.

LOS CUENTOS

«La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz.» Jorge Luis Borges

Vega tiene 6 años y ha sido alumna mía desde los 3. Siempre le han encantado los cuentos como a casi todos los niños, pero lleva un tiempo en el que durante la asamblea, cuando leemos algún cuento ella se quiere ir a jugar así que empieza a hablar con una amiga, se distrae, molesta… Yo le digo que es la hora del cuento y que hay que atender, pero eso a Vega le da igual. Vega hay días que tampoco quiere ir al cole.

La gran mayoría de niños adora los cuentos. Desde que tienen un añito, incluso antes, les encantan que les cuenten historias y ver los dibujos. Es una actividad placentera y debería serlo durante toda la vida.

En el mismo momento en el que obligamos a un niño que no quiere a ver un cuento, a leer u libro, a escuchar una historia, nos estamos cargando de un plumazo el placer que conlleva. «Se puede obligar a prestar atención pero no a mostrar interés.» Una frase que me encanta y que todo maestro debería grabarse a fuego. ¿Cuál es el fin último de leerle un cuento a un niño? ¿Qué estamos fomentando? ¿Qué queremos cultivar en ellos?

Según los niños se van haciendo mayores la cosa se complica. Al principio, cuando son muy pequeños, les interesa casi cualquier historia, los cuentos para las primeras edades les llaman mucho la atención y no suele haber problema, pero cuando van creciendo todas las historias ya no les interesan a todos o quizá no en ese momento porque están interesados haciendo otra cosa.

Además hay un punto clave en esto y es cuando pasamos de leerles cuentos por el mero hecho de disfrutar, a cuando queremos conseguir objetivos «pedagógicos» con ello, y entonces los cuentos nos sirven para introducir cosas que queremos que aprendan y lo hacemos por obligación. Y ellos, como es lógico, lo notan y rechazan.

Después en primaria la cosa continúa y es aún peor. Deben leer cuentos y hacer dibujos o resúmenes, para acabar en secundaria leyendo el Quijote. Y todo esto se hace en teoría como fomento de la lectura.

¿Y entonces no les leemos cuentos? Claro que podemos leer cuentos, pero lo respetuoso para todos, para el que escucha y para el que lee, sería leer cuentos para aquellos que quieran escuchar. No hace falta que todos los niños hagan lo mismo en el mismo momento, no es normal que todos los niños quieran hacer lo mismo a la vez, es imposible y solo sirve para que nos enfademos y tengamos que andar peleándonos con ellos.

No tengamos miedo, el niño que no escucha el cuento, no se está perdiendo nada imprescindible. Algo entretenido en todo caso, pero tendrá sus razones. Si no quiere oírlo será porque algo mucho más interesante para él querrá hacer y eso es mucho más importante. Forzarle a ello solo hará que le cree más rechazo.

La lectura no se puede imponer ni forzar, y esto hay que tenerlo claro para empezar a actuar en consecuencia desde que los niños son muy pequeños. Después nos preocuparemos por esos adolescentes que no quieren coger un libro, y huyen de todo lo que tenga más de 140 caracteres, y no sabremos exactamente qué hemos hecho mal.

 

LA COMPETITIVIDAD

“Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y este es el principio de cualquier guerra.” M. Montessori
Aarón tiene 4 años y no le gusta nada perder. Se siente frustrado y se pone a llorar. Quiere jugar pero solo si va a ganar, cuando ve que está perdiendo dice que no quiere jugar más. Le pasa en clase, en el patio y dice su madre que en casa también. Yo le digo que hay que saber perder, que no siempre se gana, que lo importante es participar, y todas esas cosas que se supone que hay que decir a los niños en estos casos. Aarón hay días que no quiere ir al cole.
Vivimos en un mundo competitivo, de eso no hay ninguna duda. Y como dijo Montessori la competitividad es el principio de cualquier guerra. Este modelo competitivo se lo estamos metiendo a los niños prácticamente desde que nacen y les comparamos con los logros de los demás, con las notas y con los juegos de clase.
En una clase de 28 niños hacemos juegos en los que gana uno y pierden 27. Frustramos a 27 niños que no son capaces aún de lidiar con ello no sé con qué intención realmente. Quizá creemos que así aprenderán que en la vida no siempre se gana. Pero eso lo van a aprender a pesar de nosotros, eso lo podemos dar por sentado. No necesitan que artificialmente se lo mostremos, la vida se encargará de ello.
Este mundo lo que necesita es menos competitividad y más cooperación. Se habla de pasada de juegos cooperativos, pero la realidad es que principalmente en las aulas el modelo que más se repite no es ese. Invito a padres y maestros a buscar juegos de mesa y de muchos otros tipos que invitan a la cooperación, son igualmente divertidos y ganamos todos o perdemos todos. Los valores que muestran son totalmente diferentes.
Igual alguno puede pensar que el día de mañana estos niños serán adultos y tendrán que luchar por un puesto de trabajo y es cierto, pero eso nada tiene que ver con intentar pisar a otros para subir yo. Tiene que ver con la única competencia que vale, que es la que tenemos con nosotros mismos. Intentar ser mejor, intentar superarse e intentar lograr llegar a ser quien queremos ser porque lo que hacemos es bueno en sí mismo, independientemente de lo que hagan los demás.
¿Significa que debemos evitar siempre los juegos competitivos? Sería lo más recomendable los primeros seis años, ya que no aportan nada positivo y en estas edades los niños aún son pequeños para gestionarlo. Aunque depende mucho de cada niño. Hay niños que lo toleran mejor que otros. Lo que está claro es que la competitividad no es un valor, y que la escuela a través de las notas, de los castigos, de los juegos, del “tú fenomenal y tú fatal”, del “a ver quien se lo termina primero”… está mandando un mensaje a los niños de que el mundo es una competición y los que están al lado son nuestros enemigos.
El día de mañana esos niños serán esos adultos que creerán que para ser felices tienen que tener más dinero, mejor casa, mejor coche que el vecino en vez de buscar la felicidad en unirnos unos con otros para intentar formar parte de algo más grande cuyo fin último sea un mundo mejor para todos.