“Enfadarse con un niño enfadado, gritarle a un niño que grita, y pegarle a un niño que pega, es como embarrarle de lodo porque se ha ensuciado y esperar que así se limpie.” L. R. Knost
Hugo tiene cinco años y está pasando el momento más difícil de lo que lleva de vida. Acaba de tener una hermanita y está muy celoso. Su forma de expresarlo es con potentes rabietas y contestando mal a cualquier adulto que intente hablar con él. Su profe cada vez que se pone así porque algo no sale como él quiere, le castiga y se enfada diciéndole que hasta que no se calme no le va a hacer caso y que esas no son formas de ponerse. No soporta verle fuera de sus casillas. Hugo no quiere ir al cole.
Las emociones están de moda. Se habla de inteligencia emocional, tenemos en las aulas cuentos sobre las emociones, hablamos de ellas y hacemos actividades para desarrollarlas porque nos han dicho que eso hará de los niños mejores personas. La intención es buena, pero lo estamos enfocando mal. Las emociones no se educan, se viven.
Los niños sienten, mucho y muy intensamente, y lo que los adultos solemos hacer es reprimir sus emociones en vez de acompañarlas. Tendemos a pensar que hay emociones positivas y negativas y esto no es cierto. Las emociones son todas buenas y necesarias, otra cosa es que sean más o menos agradables.
Cuando un niño está triste, enfadado o siente miedo nos suele molestar, probablemente porque es lo mismo que hicieron con nosotros, porque huimos de esas emociones, porque no nos dejaron vivirlas y queremos librar a los niños de ello cuanto antes. Por eso, cuando un niño llora ledecimos que deje de hacerlo, cuando se enfada y tiene una rabieta nos solemos enfadar con ellos y cuando tienen miedo, o bien menospreciamos su sentimientos diciendo que no pasa nada o incluso nos reímos de ellos. Y esto nada tiene que ver con acompañar las emociones de los niños y ayudarles a entenderlas y así poder vivirlas, sino que reprime algo que existe por una razón y que si no es expresado, esa rabia, miedo o tristeza se quedará dentro y es entonces cuando vendrá el problema.
Para acompañar las emociones de los niños basta con ponernos a su altura y decirles que entendemos lo que están sintiendo, podemos decir “veo que estás muy enfadado porque Fulanito te ha quitado el juguete”, “veo que estás triste porque echas de menos a mamá” o “entiendo que te de miedo entrar ahí”. Poniendo nombre a sus emociones los niños sienten que está bien llorar o enfadarse y entonces podrán salir de ahí gracias a que han podido vivirlo. Si un niño se enfada y nos enfadamos con él, más enfadado estará, porque se sumará a su razón inicial que el adulto no le permite sentirse como quiere, por lo que entenderá que hay algo malo en él y que está mal sentir lo que se siente.
Todos queremos niños empáticos, que se conviertan en adolescentes que nos cuenten lo que les pasa y como se sienten, pero desde que son pequeñitos no hacemos más que negarles lo que está pasando, ninguneándolos no dando importancia a sus pequeñas frustraciones que para ellos son terribles. Los cuentos y actividades pueden estar muy bien pero si queremos tener niños sanos emocionalmente empecemos por el principio y dejemos de reprimir y comencemos a dejarles vivir.
Deja una respuesta