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SÍ SE PEGA

“Atreverse a establecer límites se trata de tener el valor de amarnos a nosotros mismos, incluso cuando corremos el riesgo de decepcionar a otros.” Brene de Brown
Carlos tiene 3 años y pega mucho. Cuando le quitan un juguete pega, cuando no le dejan montar en un columpio pega, y cuando alguien le pega responde pegando. Su madre vino a hablar conmigo, porque dice que a ella y a su hermano bebé también les pega. Todos le regañamos cada vez que lo hace y le decimos que no se pega. Los niños que pegan mucho no nos gustan a nadie. El caso es que Carlos lo sigue haciendo así que le seguimos castigandopor ello. Carlos no quiere ir al cole.
No nos gustan los niños que pegan porque creemos que tiene que ver con la violencia y la violencia está mal. Creemos que si no paramos eso, si no les enseñamos y les repetimos una y mil veces que no se pega, los niños van a ir solucionando los problemas a tortas por la vida. Pero cuando un niño pega normalmente no es violencia sino agresividad natural. Algo que es bueno y necesario. ¿Estoy diciendo con esto que hay que dejar que los niños se peguen? Obviamente que no. Voy a intentar explicarlo.
Si vas por la calle y alguien te quiere robar o violar, ¿lo correcto qué sería?. ¿Quedarte quieta?, ¿decirle educadamente que no te robe o te toque?. Evidentemente que no. Lo correcto es defenderse. Así que en esta situación sí se pega. Partiendo de esta premisa, y si entendemos que el niño cuando pega se está defendiendo, no está siendo violento porque sí, podremos comenzar a verlo de otra forma. Porque defenderse está bien. Porque nadie quiere que los niños se conviertan en adultos que no sepan poner límites y que se dejen pisar. Y para eso no podemos enseñarles a no defenderse, a quedarse quietos cuando algo es injusto, a no luchar por lo que es suyo.

¿Y esto cómo se hace?, ¿cómo ayudo a los niños a no perder su capacidad de defenderse sin que se maten unos a otros? Lo primero comprendiendo. Comprendiendo que el niño se está defendiendo, no está siendo violento. Se defiende porque se siente atacado, bien porque le han quitado su juguete, porque ha llegado un hermanito que le ha quitado su sitio, porque alguien está intentando abusar de él y no le dejan por ejemplo subir al tobogán. Cuando en estos casos el niño va a ir a pegar a otro tendremos que intentar evitarlo, no vamos a dejar que haga daño a otros. Porque una cosa es entender que defenderse está bien y otra olvidarnos que hay otro niño al que proteger. Por tanto, intentar evitar siempre que se hagan daño, poniéndonos delante, como un límite físico.

Por otro lado, sobran las palabras, decir que no se pega además de que no sirve para nada, les manda un mensaje incorrecto, porque ya hemos visto que sí se pega, a veces. Podemos en todo caso hablar de sus emociones, ponerles nombre, decirles que vemos que están enfadados por lo ocurrido. Tienen derecho a ello. Si son mayores podemos hablarles de intentar llegar a acuerdos.

Si en algún caso vemos a un niño al que le están quitando sus juguetes o abusando de él debemos animarle a que se defienda, a que vaya a por su cubo si se siente mal porque se lo han quitado. Y lo que está claro es que la mayoría de las veces no vamos a llegar antes de que los niños se peguen y no hay que preocuparse. Esas peleas forman parte del desarrollo infantil y tenemos que dejar de tenerles tanto miedo. Los conflictos forman parte de la vida y si no les damos la oportunidad nunca aprenderán a resolverlos por ellos mismos. No estaremos siempre ahí para separarlos.

SEXUALIDAD INFANTIL

«La función de la supresión de la sexualidad infantil y adolescente es facilitar a los padres la sumisión de los niños a su autoridad» Wilhelm Reich
 
Claudia tiene 4 años, es de enero, la más mayor de la clase. Le encanta bailar, cantar y dibujar y aunque es una niña muy tímida, cuando cree que nadie la está mirando se desmelena y lo hace realmente bien. Es una artista. Se lo he dicho a su madre, pero se lo toma un poco a broma. A ella lo que le importa es que Claudia tiene mucho carácter y se le está subiendo a la chepa. Daniela se masturba en clase cuando está aburrida, lo que ocurre muchos días. Es muy madura y todo le parece demasiado fácil. Yo no se cómo enfocar el tema, la pedagoga me ha dicho que la distraiga para que deje de hacerlo, pero la verdad es que a mí no me molesta. Su madre dice que en casa lo hace mucho y que ella la regaña. Hay muchos días que Claudia no quiere ir al cole.
El tema de la sexualidad es tabú en esta sociedad. Si encima juntamos sexualidad y niños saltan todas las alarmas y solo podemos pensar en acoso y demás aspectos sucios que nada tienen que ver con la sana sexualidad infantil, que existe aunque no queramos verla.
Los niños hasta los tres años más o menos están en una etapa conocida como etapa oral. Encuentran placer en la boca, son los años de la lactancia y el chupete. A partir de ahí el placer se traspasa a la zona genital. Los niños comienzan a tocarse, les interesa lo que tienen los demás, preguntan… Y esto es lo sano y natural.
En países como el nuestro lo que ocurre es que debido a este gran tabú y a la represión que va pasando de generación en generación los niños dejan de hacerlo, lo hacen a escondidas, se sienten culpables y ese es el fin del problema. Los adultos ya no hablan de ello y aquí no ha pasado nada.
Pero sí pasa. La sexualidad forma parte de la vida, es sana y necesaria. No hay que reprimirla. Frases como: no te toques ahí, no seas cochina, eso no se hace… no son las más indicadas cuando vemos a un niño hacerlo. Que nos moleste, incomode, o nos parezca sucio es un problema nuestro que tendremos que resolver, pero lo que el niño hace ni es de cochinos, ni está mal, así que el mensaje debería ser diferente.
Podemos hablarles de la privacidad, de la intimidad, pero nunca deberíamos hacerles sentir mal por hacer una cosa que está bien y que es buena y placentera.
Por otro lado a estas edades comienzan a curiosear con el cuerpo de los demás, quieren conocer, explorar, “jugar a los médicos” y normalmente no les dejamos. Nos vuelve a incomodar y vuelve a salir esa represión que tenemos guardada dentro. Mientras los niños jueguen libremente, con niños de su misma edad, y haciendo cada uno lo que quiere con su cuerpo, no debería preocuparnos. Es normal, sano, y forma parte del desarrollo infantil.
El mundo en el que vivimos está loco. Reprimimos lo sano, nos parece mal que un niño se masturbe, que descubra el cuerpo y los límites con otros, no hablamos de sexo con ellos y dejamos que se eduquen solos cuando son adolescentes buscando respuestas a esas preguntas que no contestamos en su día, en la pornografía y en internet, que les muestra una sexualidad distorsionada, violenta, tóxica y sumamente machista.
Ah, por cierto, por si alguien anda preocupado. Permitir una sexualidad sin represión a nuestros niños les protege de sufrir abusos en el futuro.

SÍ SE LLORA

“Yo no dejaría jamás llorar a mi hijo. Ni a mi esposa, ni a mis padres ni a mis amigos. Cuando una persona a la que quiero llora, voy a ver qué le pasa e intento consolarla” Carlos González
Andrés tiene cuatro años y es de la clase de al lado. Cuando su profe le regaña y le castiga siempre se pone a llorar, entonces la profe le regaña aún más y le dice que no se llora, que se pone muy feo cuando llora, que no le va a hacer caso hasta que pare. Andrés no quiere ir al cole.
Desde que los niños nacen escuchamos un montón de frases absurdas relacionadas con el llanto, como que llorar ensancha los pulmones, que les viene bien, que no pasa nada porque lloren un poco. Pero sí que pasa. Cuando un niño está llorando lo está pasando mal. Otra cosa es que el motivo por el que llore sea importante para nosotros o no. Pero para el niño sí lo es, por eso llora.

Por esta razón siempre debemos atender el llanto de un niño y acompañarlo. No digo que siempre podamos calmarlo. Si es debido a necesidades primarias, contacto, hambre, sueño sí deberíamos intentar hacerlo cuanto antes. Si en cambio llora porque quiere chuches a todas horas, cruzar la calle sin darnos la mano, ir sin cinturón, no podremos, pero no por eso ignoraremos su dolor y no le haremos caso.

Cuando decimos que no pasa nada si un niño se ha hecho daño al caer y llora estamos invalidando sus emociones. Sí pasa. Le duele. Lo está sintiendo y tú le dices que no pasa nada. El niño piensa entonces que sus sentimientos no tienen valor. Cuando a nosotros nos duele algo lo que menos nos gustaría escuchar es justamente eso: «No te quejes, no es nada».

Pongámonos en la situación de que a nuestro amigo le han echado del trabajo y está llorando. No puedo solucionarle el problema, es cierto, pero puedo acompañarle. Decirle que estoy ahí, que le entiendo, que le escucho. Eso es exactamente lo que tenemos que hacer con los niños. Empatizar, acompañar y poner nombre a sus emociones. Eso que tanto gusta hoy día, la educación emocional, empieza por cosas como estas.
Otra cosa que solemos hacer mucho es distraer, porque el llanto de los niños nos incomoda y nos remueve, seguramente porque a nosotros tampoco nos dejaron llorar. Obviamente que si un bebé llora porque tiene hambre y la comida aún no está, lo distraeré porque no es capaz de entender nada y no puedes darle lo que necesita en ese momento que es una necesidad primaria, pero muy diferente es distraer a un niño mayor de sus emociones. Me refiero a que si un niño llora porque quería comprarse un juguete y le hemos dicho que no, aceptemos que se enfade, tiene derecho. Podemos decirle que sabemos que quería el juguete y que entendemos que esté triste pero que no se lo podemos comprar. Muy diferente es eso a enfadarnos porque se enfada, a ignorarlo o ridiculizarlo por sentir lo que siente.
Llorar está bien, es sano y sirve para regular nuestras emociones. Lo que no está bien es que haya niños que con cuatro años quieren llorar y hacen fuerza para tragarse las lágrimas y no hacerlo porque le han dicho mil veces que no se llora, que llorar es de niñas (como si ser niña fuera un insulto), que los hombres no lloran. Porque los hombres sí deberían llorar y las mujeres y los niños. Sí se llora.

LAS CARITAS CONTENTAS DE SUPERNANNY

“Cuando un niño se siente seguro de sí mismo, deja de buscar aprobación en cada paso que da.” M. Montessori
Clara tiene 5 años y es una niña risueña y tranquila. Cada vez que hace un dibujo o cualquier cosa viene corriendo a enseñármelo. A veces solo ha hecho una línea en un folio pero necesita que le diga que es precioso todo lo que hace continuamente. Cuando llegan las cinco siempre me pide que le pinte una carita contenta en la mano porque se ha portado muy bien. Clara los días que no se lleva un premio a casa no quiere ir al cole.
Parece que el tema de los castigos y por qué no son una buena herramienta educativa se entiende bastante bien pero lo de los premios cuesta un poco más. Todos sabemos que si refuerzo un comportamiento el niño lo repetirá. Pero ocurre algo importante que se nos pasa por alto. Una pregunta que muchos no nos hacemos. ¿Cuál era el objetivo realmente, que lo repita sin más? Me explico.
Si yo le doy a Clara una pegatina por haberse comido las espinacas. Clara puede que se las coma para conseguir la pegatina. ¿Hará eso que se coma las espinacas? Puede. ¿Es ese mi objetivo? No debería. Mi objetivo debería ser que coma verduras y lo disfrute. Que el día de mañana siga comiéndolas. Para eso puedo prepararlas de diferentes formas, ser ejemplo y comerlas yo… pero si le doy un premio por hacerlo, no haré que le gusten más, solo lo hará por el premio y seguramente acabe aborreciéndolas, justamente lo contrario de lo que pretendía.
Si obligo a un niño a compartir su juguete y entonces le digo efusivamente “Muy bien” conseguiré que “comparta” pero lo hará por buscar mi aprobación (cosa que es horrible, hacer cosas que no queremos para buscar la aprobación de los demás). Quizá lo que yo quería en realidad era que el niño compartiera de corazón. Y eso solo se da cuando uno quiere. Nadie puede obligarte a sentir lo que no sientes. Compartir sale de uno mismo, sino no es compartir, es otra cosa.
¿Significa esto que no puedo alegrarme por los logros de los niños? Claro que no. Si un niño hace algo que nos gusta, y de verdad nos alegra obviamente que podemos mostrar nuestros sentimientos, está bien apoyar a los niños. De lo que hablo es de manipular el comportamiento de los niños a través de los premios. De utilizar el elogio para conseguir que hagan cosas.
Decirle a un niño “Muy bien” ante cualquier cosa, no refuerza su autoestima sino que le hace más inseguro porque dependerá siempre del juicio de los demás. Un niño que hace un dibujo por el placer de hacerlo y recibe un premio, el próximo día ya no lo hará por el placer sino por el premio, por lo que perderá el interés que tenía.
En realidad todos buscamos que los niños compartan, que coman verdura, que saluden, que sean cariñosos. Pero queremos que lo sean no que lo hagan sin más. Así que para eso solo podemos hacer una cosa que es dar ejemplo. Lo otro es manipulación en toda regla.
¿Y entonces qué puedo decir en vez de “muy bien”? Prueba a describir más que a juzgar. No es lo mismo decir veo que has dibujado una línea roja en un folio que decir: Es precioso. Haced la prueba.

NORMAS Y LÍMITES

“Ojalá podamos ser desobedientes cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común” Eduardo Galeano
 
Sergio tiene tres años y está siempre castigado porque no para. A este niño lo que le faltan son límites (es la frase más repetida que usan todos los profes para referirse a él). Yo siempre pienso, pero si estamos todo el día poniéndoselos: para, siéntate, no se pega, escucha, ahora no se habla, ahora no se corre, no se grita, eso no se hace, eso no se dice… Si hay algo que tiene Sergio en su vida son normas y límites. Quizá demasiados, quizá desmedidos, quizá lo que nos está queriendo decir con su actitud es que nos estamos pasando. Sergio no quiere ir al cole.
 
Hay una frase que todo maestro y padre ha escuchado alguna vez en la vida. Es ese tipo de clichés que si todo el mundo dice será por algo, así que lo asumimos sin pararnos a reflexionar mucho en él. Dice así: Los niños necesitan límites, les dan seguridad. ¿Qué quiere decir esto exactamente? ¿Qué tiene de cierta esta expresión? Vamos por partes.
 
Los límites están en la vida. No es que los niños los necesiten es que existen y se los van a encontrar. Un bebé que gatea se encuentra con una puerta que no puede pasar, eso es un límite. El límite no se pone diciéndole a un bebé que no toque el enchufe, el límite es físico cuando ponemos un protector de enchufes. El límite no es decirle a un niño que no se puede tocar la figurita de porcelana, está en quitarla de su alcance. Los límites cuando son físicos son naturales y forman parte de la vida de los niños, otra cosa es quererles enseñar antes de tiempo a obedecer y a que por miedo no hagan las cosas que no queremos que hagan. Eso nada tiene que ver con los límites.
 
Por otro lado hay otro tipo de límites que sí hay que ponerles a los niños porque ellos son pequeños y nosotros estamos para cuidarles. Son los límites de salud y seguridad. No te dejo que cruces la calle sin darme la mano, no puedes comer chuches a todas horas, no puedes estar solo en la piscina ni coger el cuchillo. Aquí también entran los límites de: no dejo que te hagas daño, ni que nadie te lo haga, ni que abuses de nadie ni que nadie abuse de ti. 
 
Y estos deberían ser los únicos límites que deberían tener los niños pequeños hasta más o menos los tres años. Lo demás no lo van a entender, no pueden cumplirlo, y no les da seguridad sino que les crea una frustración innecesaria, de la que hablaré otro día, porque es otro gran cliché.
 
A partir de más o menos los tres años los niños ya pueden entender otro tipo de normas sociales, y poco a poco irán adquiriéndolas. Pero no se trata de llenarles de límites tampoco. Sigue siendo muchísimo lo que les pedimos y una lucha de poder en la mayoría de los casos. Termínate el plato, ponte el abrigo, no corras, estate quieto, no te levantes… Lo mejor es que sean pocos y razonables. Si nos pasamos el día con el «no» en la boca dejará de tener sentido para ellos. Dejémoslos para cosas importantes. Y sin olvidar, que la mayoría los podemos evitar si somos previsores. No teniendo chuches en casa evitamos poner ese límdite. Y siendo ejemplo. Si estamos todo el día con el móvil es hipócrita no dejarles ver la tablet. En definitiva menos límites y más valores.
 
 

EL PAÑAL

«Los árboles no crecen tirando de las hojas» Proverbio japonés
 
Lucía tiene 3 años, es de diciembre y va a la clase de cuatro años y en cuatro años ya no se puede llevar pañal, hayas nacido en enero o en diciembre. Lucía controla bien el pis pero la caca aún se le escapa. Se la hace encima casi todos los días. La tengo que cambiar entera prácticamente todos los días. Todo porque nadie ha entendido bien que a controlar esfínteres, como a andar o a hablar, no se enseña, se adquiere. Lucía no quiere ir al cole.
Con los niños parece que siempre cuanto antes mejor. Cuanto antes anden, hablen o no usen pañal mejor. Como si eso fuera indicativo de algo. Que no lo es. Como si tuviera que ver con lo que va a ser el niño en el futuro o con su nivel intelectual. Hay niños que andan con siete meses y otros que lo hacen con 18. Hay bebés que duermen nueve horas seguidas (los que menos) y otros que se despiertan cada hora y todos son normales.
Con el control de esfínter pasa lo mismo. Cada niño lleva su proceso y hay que respetarlo. Forzarlo solo nos va a llevar a agravar el problema. A estar más tiempo cambiando al niño de ropa. A generar más presión en él. A desesperarnos y agobiarnos.
Si esperamos al momento en el que el niño está física y psicológicamente preparado, el proceso será más lento y sencillo. No pasa nada por volverle a poner el pañal si nos hemos adelantado. No es una vuelta atrás porque nunca estuvo listo.
En muchas escuelas se fuerza el control de esfínter. La meta es que en la clase de tres años salgan todos sin pañal. Para ello se hacen auténticas barbaridades como tener al niño sentado en el orinal durante largos períodos de tiempo hasta que salga algo. ¡Cómo si eso sirviera para algo!
No es el verano el mejor momento para quitar el pañal porque no pasa nada si se mojan, no son los dos años el mejor momento porque es cuando la mayoría controlan. El mejor momento es cuando el cuerpo del niño esté preparado.
Lo sabremos porque el propio niño será consciente de que tiene ganas de hacerlo y nos lo hará saber. Aseguro que no hay niños de ocho años que prefieran hacérselo encima. En definitiva, dejar el pañal es fácil, no hay que hacer prácticamente nada más que esperar a qué el niño esté preparado.
Ah, y por favor, dejemos de ridiculizar, regañar, o enfadarnos porque al niño se le ha escapado algo. En serio, el niño no desea mojarse ni mancharse. Y además si tanto se escapa, seguramente es porque nos hemos adelantado. Así que si alguien tiene la culpa de algo, como casi siempre con los niños, somos nosotros.

LA SIESTA


“Si buscas resultados diferentes, no hagas siempre lo mismo” Albert Einstein
Clara tiene 4 años y es puro nervio. Es de esas niñas que no pueden parar. Va a nivel 4, los más pequeños del segundo ciclo de educación infantil, por lo que todavía tienen siesta después de comer. En los dos niveles siguientes ya no hay, y los niños salen al patio después de comer. Mientras que alguno de la clase de cinco años se duerme tirado en el suelo del patio, Clara se pasa dos horas en una colchoneta sin poderse mover y sin quererse dormir. Clara es el martirio de todos los cuidadores de siestas. Gritos, castigos y amenazas para que se esté quieta y callada y no despierte al resto, pero Clara no se ha dormido ni un solo día durante todo el curso básicamente porque no tiene sueño. Algo no se está gestionando bien y Clara no quiere ir al cole.
El sueño como el hambre no se pueden forzar. Obligar a un niño a dormir, como obligarlo a comer, son dos grandes errores que cometemos como adultos.
Que cada niño es único parece que lo entendemos todos y lo repetimos mucho en el ámbito educativo. Pero nuestras respuestas a estas diferencias no suelen ir acordes a lo que predicamos.
Cuando trabajaba en el cole de Clara, propuse abrir un aula para que los niños que no tuvieran sueño pudieran jugar. Nadie me escuchó. Era una locura. Los niños de 4 años necesitan siesta. Mentira.
Habrá niños que sí, quizá la mayoría. Pero habrá muchos que no. O no todos los días y es algo que deberíamos respetar. Porque tener a una niña en una colchoneta a oscuras quieta y callada durante dos horas creo que es una tortura, no solo para una niña de cuatro años sino para cualquiera.
Por el contrario hay niños más mayores que necesitan descansar. Que se duermen en el suelo del patio. Que se duermen en la alfombra de clase. Porque madrugan mucho, porque pasaron mala noche, porque están enfermos…
Con los bebés pasa algo parecido. En el aula de bebés duermen siesta de mañana. En la clase de 1 a 2 años ya no. Nadie piensa que hay niños de esa clase que nacieron solo un día mas tarde que los de la clase de bebés y solo por eso se les niega la posibilidad de descansar por las mañanas si lo necesitan.
Tenemos rincones de matemáticas, de lectura, de juego simbólico y no se nos ocurre tener una colchoneta para ofrecerle a un niño que quiera descansar.
Es nuestro deber como maestras permitir que un niño tenga cubierta sus necesidades básicas. Y el sueño por si se nos ha olvidado, es una de ellas.

LA ASAMBLEA

 

“Es posible obligar a alguien a prestar atención, pero no se puede forzar a nadie a sentir interés” A. S. Neill (Summerhill)


Sofía tiene cuatro años, es la más pequeña de la clase, de diciembre. Se lleva un año con algunos de sus compañeros. Cuando entramos en clase, a primera hora de la mañana, durante la asamblea, Sofía no me escucha. Se dispersa con los juguetes de clase, juega con su amiga Andrea. No le interesa nada de lo que le estoy contando y ya he probado todo, canciones, juegos, incluso la pizarra digital pero Sofía solo quiere jugar. Igual no es su culpa, ni mía, sino de la asamblea. Sofía no quiere ir al cole.

 
La asamblea en mi cole era de una hora. Las hay de más y de menos tiempo. El que ha trabajado con niños alguna vez sabe que la atención de un niño de 3 a 6 años suele durar mucho menos que eso suponiendo que le interese lo que le estás contando.
 
La asamblea es de esas muchas otras cosas absurdas que tiene la escuela infantil. La asamblea es el espacio donde más se grita y se regaña a los niños para que nos escuchen porque necesitamos mantener el control. Las más «blanditas» cantamos, bailamos y hacemos el payaso para que no se nos disperse el grupo. ¿Realmente es esto necesario? No podemos callar, si dejas de hablar los niños comienzan a jugar y a hablar y claro, eso no lo podemos permitir. Veamos qué se hace en la asamblea.
 
En la asamblea damos los buenos días y solemos cantar todos los días una canción. Hasta ahí bien. Preguntamos qué tal están los niños y si alguno nos quiere contar su fin de semana. Alguno. No todos. Para un niño de cuatro años, escuchar lo que han hecho 27 niños el fin de semana es física y psicológicamente imposible. 
 
Después solemos ver qué día es hoy, qué tiempo hace y quién ha faltado a clase. Aquí los niños ya han agotado su tiempo máximo de atención. El niño no necesita repetir todos los días si hace sol o está nublado, y si estamos en otoño o invierno. Le vasta con salir al patio y mirar el cielo.
 
Después de estas rutinas suelen venir otras actividades varias como los bits de inteligencia, tarjetas con dibujos para enseñarles vocabulario. Como si un niño necesitara ver un árbol en una foto para aprender lo que es. Enseñarles palabras a ellos que aprendieron a hablar solos… ¿Puede haber algo más aburrido? También están los juegos educativos, en los que hacemos preguntas, en los que mientras juega uno, los otros 27 se aburren. 
 
En fin, un tiempo perdido, que todos quieren que acabe cuanto antes. Los niños para que los dejen en paz y puedan por fin irse a jugar. La profe porque no entiende por qué, con lo chulo que era el juego que había preparado, los niños no le hacen caso.
 
Si a los niños les apetece, está bien tener un momento de juntarse todos. Está bien que hablen en público, si quieren. Está bien cantar, si tienen ganas, todos juntos una canción. Pero todo lo demás está de más.
 
 

LAS PALABRAS

«Sobre cada niño se debería poner un cartel que dijera: Tratar con cuidado. Contiene sueños.» Mirko Badiale
Soy Sara y tengo 35 años. Ayer cuando llegué de trabajar, Jesús, mi marido, sin decirme ni hola, abrió la puerta y me dijo:
– Eres una guarra, mira como traes las botas de sucias. Siéntate a cenar.

Me sentí fatal. Tenía tantas ganas de verle. Fui a quitarme la ropa cuando volvió a gritarme.

-¿Pero qué haces?, te he dicho que te sientes a cenar ahora mismo.

-Es que iba a cambiarme…

-¡Qué no me contestes!

Me senté a cenar y comencé a contar como me había ido el día. Estaba tan ilusionada con lo que me había pasado hoy en el trabajo y quería compartirlo con él.

-¡Vale ya de hablar, comiendo no se habla!, ¿eres tonta? Eso no tiene gracia.

Se me quito el hambre de golpe. ¿Por qué me insultaba? Igual tenía razón y tenía que haberme callado.

-Me voy a la cama, le dije.

-No te levantas de la mesa hasta que termines lo que hay en el plato, hasta que yo termine de comer no se levanta nadie.

No quería estar ahí. Estaba triste, enfadada y cansada. 

-Es que estoy cansada, le respondí.

-Ya, pero aquí se hace lo que yo digo, que para eso soy tu marido. ¿Te enteras?

Terminamos de cenar, me levanté y comencé a recoger la mesa. Se me cayó el vaso.

-¡Quita! Estate quieta. Ya lo hago yo, que tú no sabes. Eres más torpe… Igualita que tu madre. Vete a la habitación y te quedas ahí ya sin salir, que hoy te has portado fatal.

Me fui llorando, me metí en la cama y pensé: Le odio.

Como os imagináis Jesús no es mi marido, es mi padre y yo tengo cinco años.

No hagamos que nuestros niños nos odien.

EL ABRIGO

«Si tuviera que hacer una regla general para vivir y trabajar con niños, podría ser esta: Tenga cuidado de decir o hacer a un niño cualquier cosa que no haría a otro adulto, cuya buena opinión y afecto valora» John Holt

Nuria tiene 4 años y es de la clase de al lado. Hoy cuando he ido a salir al patio con mi clase la he visto en la puerta, quieta, mirando al infinito. Todos los niños de su clase estaban fuera jugando. Pero claro, no se puede salir al patio sin abrochar el abrigo y Nuria no se había abrochado. Después de que han salido los niños de mi clase me acerco a ella y le pregunto si quiere salir al patio. Nuria me dice que sí. Le digo que se tiene que abrochar y me dice que no sabe. Le ayudo a encajar la cremallera y ella la sube y sale corriendo. Quiero decirle a su profesora que es una insensible, pero me callo. Nuria tampoco quiere ir al cole.

Se nos olvida en el día a día de nuestro trabajo con niños que estamos con criaturas de tres, o cuatro años, que acaban de llegar al mundo. Se nos olvida, con las prisas, los papeleos, las actividades, y exigencias, que nos necesitan mucho aún. Los queremos tratar como adultos, que sean totalmente independientes, nos encanta hablar de autonomía pero no nos paramos a mirarles a los ojos y ver que necesitan.
Tenemos que frenar. Agacharnos y empatizar un poco con ellos. Preguntarles cómo están. Se supone que estamos ahí para eso. Para enseñarles a abrocharse el abrigo o abrochárselo nosotros si no son capaces aún. Lo de que aprendan los colores o los números no es tan importante.
El cole está plagado de normas absurdas que hacemos cumplir a los niños porque siempre se ha hecho así. No hay reflexión. Niños que tienen que ir en fila agarrándose al babi del de delante, mientras se tropiezan unos con otros. Niños que tienen que ir al baño con las manos en la espalda y sin hablar. Sí, lo he visto. ¿Qué les estamos queriendo enseñar con esto? A cómo comportarse en un cuartel militar. ¿Acaso nosotros nos desplazamos así en fila? ¿Acaso nos movemos por los sitios sin poder hablar? 

Niños de cuatro años que no pueden ir al baño hasta que sea la hora del recreo. Que no pueden hablar durante la hora de la comida. Que no pueden salir al patio sin abrigo.
Salir al patio abrochado, o con el abrigo, porque lo dice la profe, es un sinsentido. Es dar por hecho que un niño de cuatro o cinco años no es capaz de saber si tiene frío o calor. Es en realidad una lucha de poder. Lo haces porque lo digo yo. Me da igual que te pases todo el recreo corriendo y estés sudando. El abrigo te lo pones sí o sí.
¿Por qué no confiamos más en ellos? ¿No les pedimos luego mucha autonomía e independencia? Si a un niño le das la opción de llevarse el abrigo y ponérselo si tiene frío, lo hará. No pasará frío teniendo su abrigo a mano. Son niños, pero no son tontos.
Una vez estando con un pequeño de tres años al que cuidaba por las tardes, al salir del coche, me dijo: ¡No quiero ponerme el abrigo! Hacía un frío polar. Debía ser su lucha eterna con su madre o su profe. Le dije, vale no te lo pongas si no quieres. Te lo saco por si acaso. Me miró como si estuviera burlándome de él, se sorprendió que le dejara hacer una cosa así. Salió corriendo y feliz. A los cinco minutos vino: ¿Me lo pones, porfa? Así de fácil. Me ahorré una rabieta. Deberíamos dejar de pelearnos con ellos. En serio. No son nuestros enemigos.