«Sobre cada niño se debería poner un cartel que dijera: Tratar con cuidado. Contiene sueños.» Mirko Badiale
Soy Sara y tengo 35 años. Ayer cuando llegué de trabajar, Jesús, mi marido, sin decirme ni hola, abrió la puerta y me dijo:
– Eres una guarra, mira como traes las botas de sucias. Siéntate a cenar.
-¿Pero qué haces?, te he dicho que te sientes a cenar ahora mismo.
-Es que iba a cambiarme…
-¡Qué no me contestes!
Me senté a cenar y comencé a contar como me había ido el día. Estaba tan ilusionada con lo que me había pasado hoy en el trabajo y quería compartirlo con él.
-¡Vale ya de hablar, comiendo no se habla!, ¿eres tonta? Eso no tiene gracia.
Se me quito el hambre de golpe. ¿Por qué me insultaba? Igual tenía razón y tenía que haberme callado.
-Me voy a la cama, le dije.
-No te levantas de la mesa hasta que termines lo que hay en el plato, hasta que yo termine de comer no se levanta nadie.
No quería estar ahí. Estaba triste, enfadada y cansada.
No quería estar ahí. Estaba triste, enfadada y cansada.
-Es que estoy cansada, le respondí.
Terminamos de cenar, me levanté y comencé a recoger la mesa. Se me cayó el vaso.
-¡Quita! Estate quieta. Ya lo hago yo, que tú no sabes. Eres más torpe… Igualita que tu madre. Vete a la habitación y te quedas ahí ya sin salir, que hoy te has portado fatal.
Me fui llorando, me metí en la cama y pensé: Le odio.
Como os imagináis Jesús no es mi marido, es mi padre y yo tengo cinco años.
No hagamos que nuestros niños nos odien.
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