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¿POR QUÉ MI HIJA NO LLEVA PENDIENTES?

“No es mi responsabilidad ser bonita. No estoy viva para ese propósito” Warsan Shire
Hacemos muchas cosas a lo largo de nuestra vida que si reflexionáramos mucho sobre ellas, no haríamos. Bebemos leche que para ser extraída ha conllevado sufrimiento animal, compramos ropa la cual lleva detrás explotación de personas y también ponemos pendientes a las niñas. Se ha hecho siempre, no paramos mucho a pensar en ello para que no aparezca la “disonancia cognitiva”, término que me encanta y que tanto malestar nos provoca.
Pero a veces sí nos paramos, pensamos, lo vemos claro y ya no podemos hacer las cosas de otra forma. Y eso es lo que me pasó con el tema de los pendientes de mi hija.
Nos escandalizamos con las mutilaciones que se les hacen en algunos países a las niñas, pero los pendientes sin ser exactamente lo mismo, tienen una base común. Marcar a las niñas desde que nacen, perforándoles su cuerpo con la excusa de que quedan bonitos o de que así se sabe que son niñas (como si eso fuera importante para algo más que para que la gente por la calle no se confunda).
Esos agujeros que les duelen, que se les pueden infectar, que se les puede enganchar, en definitiva, que les hemos hecho en su cuerpo sin su consentimiento, nos parecen bien porque son en las orejas y porque lo hemos decidido nosotros. Si con diez años quieren agujerearse la lengua o el ombligo ya no nos parece tan buena idea, porque los agujeros solo cuando y donde manden los adultos.
He oído de todo. Que mejor ahora que no les duele, como si los bebés fueran insensibles al dolor. Que así no se acuerdan. Como si no acordarte te ahorrara el mal trago. Que ya se los querrá hacer ella de mayor y será peor. No entiendo que sea peor si es su decisión. Y me han preguntado ¿y si luego se los quiere hacer? Pues que se los haga obviamente, es su cuerpo y puede agujereárselo si quiere y donde quiera.
Además el tema de los pendientes en las niñas lleva implícito algo más profundo. Algo muy machista. Relacionado con el respeto al cuerpo. Queremos educar a las niñas en que su cuerpo es suyo, que nadie puede tocarlo sin su consentimiento pero les obligamos a dar y recibir besos que no quieren y les hacemos pendientes. Todo una gran contradicción.
Y no, no es una crítica a los papás que han decidido hacerlo. Entiendo que cada uno es libre para tomar las decisiones que quiere y que se hace en base a la información y circunstancias que se tiene. Solo es una invitación más a reflexionar sobre lo que hacemos por costumbre, porque todo el mundo lo hace y que quizá viéndolo desde otra perspectiva podría cambiar nuestra forma de hacer las cosas.
¿Y vosotros qué pensáis? ¿Si volvierais atrás se los haríais a vuestras hijas?

POR FAVOR, NO SENTÉIS A LOS BEBÉS

«El niño que llega a algo por su propio medio adquiere conocimientos de otra naturaleza del que recibe la solución totalmente elaborada.» Emmi Pikler

El otro día contaba mi experiencia en la escuela tradicional y como me llevó a acabar descubriendo las pedagogías alternativas, que cambiaron mi vida. Entre todo lo nuevo que fui descubriendo, hubo algo que me conquistó y que a día de hoy me parece importante y necesario para cualquier papá, pediatra o profesional de la educación infantil. Es Pikler o el movimiento libre.
Emmi Pikler fue una pediatra que trabajó durante muchos años en Budapest con niños sin hogar. En el orfanato pudo estudiar el movimiento de los bebés y su desarrollo en libertad, sin intervención adulta. Y de esos estudios nace lo que hoy llamamos movimiento libre, y que por desgracia tantos profesionales aún desconocen.
Pikler dice que la posición de la que parten los bebés es boca arriba. De ahí aprenderán a darse la vuelta, después reptarán, para más tarde gatear, sentarse, ponerse de pie y andar. Parece sencillo y obvio, pero la realidad es que hoy en día hay muchos niños, muchísimos diría yo, que no gatean, que no reptan y que se pierden una gran cantidad de aprendizajes en su desarrollo motor. Esto ocurre por varias razones.
Desde la desinformación que existe aún hoy, en muchas consultas pediátricas se insiste en poner a los bebés boca abajo cuando son muy pequeñitos, con intención de que fortalezcan el cuello, una postura que no les suele gustar nada, ya que no suelen estar preparados. También se mira como un logro cuando el bebé se sienta con apoyo, cosa que hace que muchísimos adultos sienten a los bebés cuando sus espaldas aún no están preparadas.
¿Y qué ocurre cuando les sentamos? Lo primero aclarar que no es bueno porque forzamos su columna que evidentemente no está preparada, cosa que vemos claramente porque se caen para los lados y hacia atrás. Lo segundo es que como no es una postura a la que han llegado por ellos mismos, lo que suele ocurrir cuando empiezan a gatear, no pueden salir de ella. Un niño que se ha aprendido a sentar, sabe volverse a tirar al suelo a gatear o reptar. Un niño al que se le sienta se queda bloqueado, no puede moverse, depende de nosotros para cambiar de postura por lo que se pierden un montón de movimientos, pasando muchas veces directamente a andar desde la postura sentado, hasta “culear”, moverse arrastrando el culo desde la posición sentado. En las escuelas y muchas familias que desconocen esto, sientan a los bebés alrededor de los seis meses y ahí se pasan jugando los niños mucho tiempo. Pikler en sus estudios demostró que el niño es movimiento y que cambia de postura muchísimas veces. Estar en la misma postura jugando para un bebé es completamente antinatural. Pero claro, no pueden hacer otra cosa, porque no pueden salir de esa posición.
Además pasa otra cosa, si sentamos a un niño a jugar sentado, obviamente rechazará que le tumbes. La visión en vertical les gusta más, entonces ya no quieren estar jugando boca arriba ni boca abajo, ni reptar, que es lo que les toca por su edad. Y esto puede hacer que se pierdan todo lo demás.
Lo mismo ocurre con ponerlos de pie. Si lo pongo de pie agarrado a un mueble antes de que él lo haya logrado, lo primero es que estoy forzando sus piernas que no están preparadas, y lo segundo es que se quedará ahí sin poder moverse hasta que alguien lo cambie de postura. En cambio si él logro arrodillarse y ponerse de pie, aprenderá también a bajar.
Igualmente ocurre con el andar. A los niños no hay que enseñarles a andar. Lo harán cuando estén preparados. Dar las manos a los bebés en alto para que den pasitos, además de que es fulminante para nuestras espaldas, no les enseña a andar bien, no es desde su iniciativa cuando están preparados, dependen de nosotros para desplazarse y además pasa igual que con lo de sentarlos, si lo hacemos pueden después rechazar gatear y solo querer que les lleves andando tú.
En el instituto Pikler, el cien por cien de los niños gateaban. En libertad, con posibilidad de movimiento y sin intervención adulta los niños gatean y hacen todas las posiciones por ellos mismos, antes o después. Así que por favor, ¡no sentéis a los bebés!

YO TAMPOCO QUERÍA IR AL COLE

«No puedo enseñar así por más tiempo. Si os enteráis de algún trabajo en el que no tenga que hacer daño a los niños para ganarme la vida, hacédmelo saber.» John Taylor Gatto
Rocío tiene 20 años, acaba de terminar la carrera y no puede creerse que va a empezar a trabajar en un cole de infantil como tutora. Es su sueño. Tiene mil ideas y está emocionada, pero cuando lleva un mes allí ya no está tan contenta y no entiende por qué. Pasan los meses y cada vez tiene menos ilusión. A pesar de que los niños la adoran, ella no está bien. Se siente estresada, cansada, ha empezado a tener problemas con las compañeras, con la jefa y a tener crisis de ansiedad. La gente le dice que es normal, que ya se acostumbrará. Aguanta allí tres años hasta que un día no puede más y decide dejar atrás el que creía su sueño y no volver más. Rocío tampoco quería ir al cole.
A pesar de que la carrera de magisterio deja mucho que desear y de que está anticuada en metodologías y demás formas de hacer, creo que todas salimos de allí con ilusión y ganas de cambiar las cosas, de por fin tener un aula con niños y disfrutar de la profesión. Pero somos muchas las que nos damos de bruces con la realidad de un sistema educativo que deja poco margen de actuación, que tiene muchas trabas y que nos pone muchas zancadillas para disfrutar de verdad de estar con los niños.
Esta es mi experiencia y cada una tendrá la suya, pero me consta que muchas cosas se están haciendo mal en muchos sitios. Que no era la única que lo estaba pasando mal. Que hay mucha gente que quiere huir de las escuelas infantiles y mucha que no puede.
29 niños de 4 años en muy pocos metros cuadrados es muy estresante. Tienes varias opciones: coges el rol de sargento, los tienes firmes y callados para que no se te descontrolen, o tomas el rol de animadora que tanto me disgusta, de estar cantando y haciendo teatro todo el día para que estén entretenidos y tampoco se te descontrolen. Y luego está la opción 3, que fue la que acabó conmigo y me trajo problemas. Dejar que se descontrolen, que jueguen, que salten, que se peleen, que hagan trenes con las sillas, castillos con las mesas, que no vayan en fila, que coman lo que quieran… Eso sí, las tres son agotadoras por igual, aunque unas mejores que otras.
Lo peor era bajar a la piscina. Todos los días me decían que nos iban a poner un ayudante, pero acabó el curso y nunca vino. Bajaba con los 29, los desvestía, se bañaban y luego tenía que vestirlos a todos, en media hora, con el calor del vestuario, mientras camisetas y calcetines volaban por los aires y se mezclaban unos con otros. Todo esto rezando para que la camiseta que le había puesto a Berta, fuera la de Berta y no la de Juan, porque sino al día siguiente tendría bronca de su madre. Como aquel día que Luis se fue con los zapatos cambiados, el derecho en el izquierdo y recibí una nota diciendo que era inadmisible lo que había ocurrido y que no me iban a consentir que volviera a pasar.
Bueno miento, lo peor no era eso. Lo peor era la violencia y lo peor es cuando la normalizas. Porque gritar es violencia, zarandear es violencia, meter una cuchara en la boca a la fuerza es violencia, humillar es violencia, dar en la boca a un bebé por morder es violencia, insultar es violencia, tener a un niño castigado sin moverse es violencia. Y hubo un día en que vi claro que o me iba o acabaría convirtiéndome en esas personas que me horrorizaban tanto cuando pisé el cole por primera vez. 
 
Por suerte elegí lo primero y a esas personas en realidad les debería dar las gracias, me enseñaron aunque quizá no de la mejor forma, el tipo de maestra a la que nunca me gustaría parecerme. Salí de allí pensando que mi carrera como maestra había terminado, no quería saber nada más de coles y niños. Pero todo en la vida pasa por algo y siempre digo que si no hubiera estado allí, hoy no estaría aquí. Porque no, no dejé la educación, sino que descubrí un mundo nuevo llamado pedagogías alternativas, con sus luces y sus sombras, pero que me cambió la vida, sí, suena grande, pero es verdad. Pero eso es otra historia y ya os lo cuento otro día…

LAS MANUALIDADES

«Todo niño es un artista, porque todo niño cree ciegamente en su propio talento. La razón es que no tienen ningún miedo a equivocarse… hasta que el sistema les va enseñando poco a poco que el error existe y que deben avergonzarse de él.» Ken Robinson

Erik tiene tres años y ayer, que fue el día de la familia, tuvo que dejar su juego a desgana para que le pusiera pintura en los pies y los plantara en un folio. El mes pasado tuvo que pegar unas orejas, con mi ayuda, a uno de los 24 conejos que había hecho para Pascua. Mañana pintará con pintura de dedos una flor para la fiesta de la primavera y para Navidad haremos tarjetas en las que pegará papelitos verdes dentro de un arbolito dibujado por mí. Yo odio este tipo de actividades, Erik también. Creo que a los únicos a los que les gustan es a sus papás. Erik hay días que no quiere ir cole.
Como contaba en el artículo de el baile  de fin de curso, en la escuela infantil, y en primaria también ocurre mucho, se hacen un montón de cosas absurdas que además de gastar energía y tiempo tanto para los niños como para las profes, creo que no sirven para nada, e incluso que son perjudiciales.
Para fomentar la creatividad, la capacidad para crear e inventar, algo de lo que tanto se habla ahora en educación, quizá este tipo de actividades sea lo peor que hay para ese fin. Decirle a un niño de qué color pintar eso, cómo y dónde poner esa pegatina, cómo dibujar aquello, y dónde colocar esas orejas al conejo, deja nula opción a la creatividad. Todo ya está creado por otros, solo hay que acatar órdenes.
Por otro lado, no solemos dejar a los niños opción de hacerlo o no, suelen ser actividades dirigidas e impuestas, no queremos que ningún papá se quede sin regalo, y si vemos que no hay forma de que lo haga, siempre podemos hacerlo las profes, si total, el fin es que el niño saque un regalito. ¿Porque era ese el fin no?
Porque divertirse con este tipo de actividades, los niños no se divierten. Aprender, no aprenden nada que no puedan hacer jugando o con actividades libres que ellos elijan. Y la creatividad, ya hemos visto que fomentarla no la fomentan. Entonces, ¿Por qué seguimos haciéndolas?
En el aula debe haber tijeras, pegamento, pinturas y material creativo a disposición de los niños para el que quiera utilizarlo. Deben ser libres para crear lo que quieran y libres para regalárselo a quien quieran. Porque obligar a un niño que no quiere a hacer una manualidad para dársela a alguien, es de todo menos un regalo.
Me da la sensación de que las maestras intentamos llenar muchos espacios haciendo cosas porque creemos que si no hacemos nada y los niños juegan todo el rato, están perdiendo el tiempo, cuando es justo lo contrario, están perdiendo el tiempo haciendo estas actividades y es mil veces más productivo para ellos el juego libre.
Un voto para dejar de lado las manualidades obligatorias, y lo siento mucho por los papás que se quedarán sin tarjeta de Navidad, pero estoy segura de que las maestras que se pasan tardes recortando orejitas y ojos de conejo de cartulina me lo agradecerán.

NO QUIERO OLVIDARLO

 

Dice la abuela que ya no se acuerda de si yo gatee, que no sabe exactamente cuando me salió el primer diente ni el pelo, que esas cosas se olvidan. Pero yo no quiero olvidarlo.

No quiero olvidar ese olor a recién nacida que me embriagaba y que creo que solo olía yo y hacía que no pudiese parar de olerte.

No quiero olvidar tu primer baño en casa, que te debió relajar mucho porque te hiciste caca dentro de la bañera.

No quiero olvidar mis miedos, mis inseguridades, mis agobios de madre, por si respirabas, por si llorabas, por si estabas bien.

No quiero olvidar que he llorado, de cansancio, de sueño, de alegría y felicidad.

No quiero olvidar todas tus siestas sobre mí. Porque si no eran así, no dormías y a mí me sabían a gloria.

No quiero olvidar tus primeras sonrisas, esas que te agrandan el corazón.

No quiero olvidarme de aquel día en que enganchada a la teta, te reías a carcajadas, con lo que te cuesta ti reírte así.

No quiero olvidarlo, que eres una bebé muy seria y que por eso cuando te ríes es tan especial.

No quiero olvidar el día que te diste la vuelta por primera vez mientras yo tendía la ropa y al girarme vi que estabas boca abajo y la rabia que me dio habérmelo perdido.

No quiero olvidar el primer día que te dimos un trozo de pan, y todos los demás en que te has echado yogur por el pelo y lanzado lentejas por los aires.

No quiero olvidar esas primeras palabras tuyas sin significado (acagua, embé…) que para mí lo significan todo.

No quiero olvidar esa sonrisilla de abuelita, esos morritos y payasadas que te gusta hacer.

No quiero olvidar que a los nueve meses gateaste, a los diez subiste las escaleras de la abuela y a los once te salieron tus primeros dos diente y te quedaste de pie por primera vez.

Y que con un año, todavía apenas tienes pelo.

No quiero olvidar nada de esto. Y como no quiero olvidarlo, lo escribo.

¡FELIZ PRIMER CUMPLEAÑOS MI AMOR! TE QUIERO

NO

 

Desgastamos el NO con los niños. Decimos más noes de los que necesitan, de los que pueden comprender, de los que pueden cumplir.
Ya desde que son bebés se lo decimos mucho, queremos que aprendan que hay cosas que NO y punto. Pero los bebés no pueden entendernos.
Mucha gente me ha dicho a lo largo de mi trayectoria profesional que sí te entienden, porque cuando van a coger eso que no deberían los niños te miran, como sabiendo que les vas a regañar, como retándote. Por favor, un bebé no te reta, a un bebé como mucho le hace gracia tu reacción y entonces lo repite, o se sorprende por tu cara de enfado y quiere comprobar si la vuelves a poner.
Y lo peor es que a veces sí parece que han aprendido y dejan de tocar ese jarrón de la mesa después de que le has regañado 20 veces. Pero no por comprender que no se toca eso que es delicado (es un bebé y no da para tanto), no porque es un niño bueno y obediente, sino por miedo, para agradarnos, porque ha visto que si lo hace se enfadarán con él o le gritarán y quiere evitar eso. Y obviamente, creo que ese no es el tipo de relación que queremos tener con nuestros niños.
Yo también digo que no muchas veces a mi hija de un año y en realidad no se por qué lo hago. No pretendo que aprenda nada, se que no lo hará. Lo digo que cuando hay peligros, porque hay cosas con las que no puede jugar porque son peligrosas, pero es mi tarea no ponerlas a su alcance y si aun así llegan a sus manos, la intento distraer y siempre se me escapa un NO que no es un reproche sino casi un no para decirme a mí misma que tengo que tener más cuidado la próxima vez.
Si un niño pequeño pudiera realmente entender el NO, no pondríamos protectores de enchufe, les enseñaríamos que eso no se toca y ya está. Sabemos que van a ir ahí por mucho que se lo digamos, así que la única opción es protegerlos. Pretender que no toquen cosas que están a su alcance es agotador y desgasta mucho. Además es una pérdida de tiempo.
Cuando ya no son tan bebés, seguimos con el no en todo momento. No te subas ahí, no hagas eso, no corras, no se hace eso. Sobran la mayoría. Deberíamos guardar los NO para cuando sean absolutamente necesarios. Para que tengan valor el día que realmente los necesitemos. Los NO que valen son los que les protegen, los demás suelen estar de más. Todos conocemos a niños que a todo les dicen que no y ya les da igual, la palabra ha perdido todo su significado.
Voto por más SÍ. SÍ puedes subirte ahí, yo me quedo aquí cerca por si te escurres. SÍ puedes correr, si te caes es normal, no pasa nada. SÍ puedes comerte otro bombón, estamos de fiesta. SÍ puedes saltar en el charco, luego te cambio de ropa. SÍ podemos quedarnos un rato más en el parque, ya pondré mañana la lavadora. SÍ puedes saltar en la cama, es divertido, a mí también me encantaba cuando era pequeña (con mi hermana una vez hasta partimos una madera del somier, pero no es nada grave y compensa).
Pensadlo, cuando nuestros niños se hagan mayores y echen la vista atrás todos los noes les pesarán, en cambio serán los síes los que recordarán y les harán sonreír.

LOS RINCONES

“La primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle” M. Montessori
Carlota tiene 6 años y le encantan los cuentos, las letras, escribir palabras. Cuando llega el momento de jugar por rincones ella siempre quiere ir al rincón de biblioteca, pero hay cinco rincones, y cinco días en una semana. Ya fue el lunes así que hasta el lunes próximo no le tocará volver. En cambio Raúl y Marcos tienes que ir hoy a ese rincón y no les interesa nada, por lo que empiezan a lanzar los cuentos y tengo que intervenir. Me dicen que se aburren, ellos quieren ir al rincón de los coches. Carlota no quiere ir al cole.
La metodología por rincones es de las que más se están utilizando ahora mismo en educación infantil. Para el que no la conozca, se trata de dividir el aula en espacios en los que se realizan diferentes actividades. Suelen estar la biblioteca, el matemático, arte, juego simbólico. El origen, entre otros, viene de María Montessori y sus diferentes áreas de aprendizaje. Tiene muchos aspectos positivos, como la autonomía y la posibilidad de realizar actividades diferentes simultáneamente pero el problema está en que no se ha entendido bien el propósito y al final no deja de ser una actividad dirigida más. Si al final yo llevo el control para que todos los niños pasen por todos los rincones a lo largo de la semana, ¿dónde está la autonomía?, ¿para eso no sería más cómodo hacer todos lo mismo a la vez?. No tiene ningún sentido.
No deja de ser lo mismo de siempre disfrazado de algo más libre y alternativo (aunque tenga 100 años de antigüedad) . La base del trabajo por rincones es buena. Delimitar los espacios y que haya diferentes actividades es enriquecedor y acaba con la imposición de que todos los niños tengan que hacer lo mismo y a la vez, entendiendo que es antinatural que todos tengan los mismos intereses en el mismo momento. Pero en cuanto obligamos a los niños a ir al rincón que nosotros queremos que vayan, porque entendemos que nosotros somos los que mejor sabemos lo que necesitan, cometemos el error de estropear lo que en un principio era una buena propuesta.
Esto ocurre otra vez por el miedo. Tenemos miedo de que los niños no aprendan lo que se supone tiene que saber un niño de seis años. Miedo a que si siempre quiere estar viendo cuentos, quizá nunca aprenda los números. Y eso no va a pasar. Cada niño tiene unas cualidades, unos intereses, unos gustos, y unas ganas. Hay niños que con cuatro años quieren aprender las letras y hay otros que solo quieren jugar, es normal y bueno que no todos seamos iguales. Eso no quiere decir que nunca le interese escribir, pero no es su momento y hay que respetarlo. Ya querrá. Un niño no quiere ser analfabeto, eso seguro.
Una vez leí una frase que decía “Cometemos el error de que cuando nuestro hijo es excelente en pintura pero va mal en matemáticas, le apuntamos a clases de matemáticas en vez de a las de pintura”. Luego nos sorprendemos porque somos un país en el que no se fomenta la excelencia, donde los genios pasan desapercibidos (y creo que todos somos genios en algo) y en el que si destacas en algo se te ignora porque al final lo que importa es que pases por el mismo aro que pasan todos y aprendas lo mismo y a la vez que todos los demás. No vaya a ser que te salgas del redil.

LAS EMOCIONES

“Enfadarse con un niño enfadado, gritarle a un niño que grita, y pegarle a un niño que pega, es como embarrarle de lodo porque se ha ensuciado y esperar que así se limpie.” L. R. Knost
Hugo tiene cinco años y está pasando el momento más difícil de lo que lleva de vida. Acaba de tener una hermanita y está muy celoso. Su forma de expresarlo es con potentes rabietas y contestando mal a cualquier adulto que intente hablar con él. Su profe cada vez que se pone así porque algo no sale como él quiere, le castiga y se enfada diciéndole que hasta que no se calme no le va a hacer caso y que esas no son formas de ponerse. No soporta verle fuera de sus casillas. Hugo no quiere ir al cole.
Las emociones están de moda. Se habla de inteligencia emocional, tenemos en las aulas cuentos sobre las emociones, hablamos de ellas y hacemos actividades para desarrollarlas porque nos han dicho que eso hará de los niños mejores personas. La intención es buena, pero lo estamos enfocando mal. Las emociones no se educan, se viven.
Los niños sienten, mucho y muy intensamente, y lo que los adultos solemos hacer es reprimir sus emociones en vez de acompañarlas. Tendemos a pensar que hay emociones positivas y negativas y esto no es cierto. Las emociones son todas buenas y necesarias, otra cosa es que sean más o menos agradables.
Cuando un niño está triste, enfadado o siente miedo nos suele molestar, probablemente porque es lo mismo que hicieron con nosotros, porque huimos de esas emociones, porque no nos dejaron vivirlas y queremos librar a los niños de ello cuanto antes. Por eso, cuando un niño llora ledecimos que deje de hacerlo, cuando se enfada y tiene una rabieta nos solemos enfadar con ellos y cuando tienen miedo, o bien menospreciamos su sentimientos diciendo que no pasa nada o incluso nos reímos de ellos. Y esto nada tiene que ver con acompañar las emociones de los niños y ayudarles a entenderlas y así poder vivirlas, sino que reprime algo que existe por una razón y que si no es expresado, esa rabia, miedo o tristeza se quedará dentro y es entonces cuando vendrá el problema.

Para acompañar las emociones de los niños basta con ponernos a su altura y decirles que entendemos lo que están sintiendo, podemos decir “veo que estás muy enfadado porque Fulanito te ha quitado el juguete”, “veo que estás triste porque echas de menos a mamá” o “entiendo que te de miedo entrar ahí”. Poniendo nombre a sus emociones los niños sienten que está bien llorar o enfadarse y entonces podrán salir de ahí gracias a que han podido vivirlo. Si un niño se enfada y nos enfadamos con él, más enfadado estará, porque se sumará a su razón inicial que el adulto no le permite sentirse como quiere, por lo que entenderá que hay algo malo en él y que está mal sentir lo que se siente.
Todos queremos niños empáticos, que se conviertan en adolescentes que nos cuenten lo que les pasa y como se sienten, pero desde que son pequeñitos no hacemos más que negarles lo que está pasando, ninguneándolos no dando importancia a sus pequeñas frustraciones que para ellos son terribles. Los cuentos y actividades pueden estar muy bien pero si queremos tener niños sanos emocionalmente empecemos por el principio y dejemos de reprimir y comencemos a dejarles vivir.

HACER LAS PACES

 

«La libertad no es nada más que una oportunidad para ser mejor.» Albert Camus
Isabel tiene cinco años y está todo el día peleándose con Cristina. Se pelean por todo y acaban pegándose, gritándose y una de las dos siempre termina llorando y viniendo a mi a decirme que la otra ya no quiere ser su amiga ni jugar con ella. Yo intento resolverlo como puedo. Las animo a hacer las paces, les digo que tienen que jugar juntas, ser amigas y darse un beso. El pack completo. Ellas obedecen y a los diez minutos están igual. Esta claro que todo eso que hago no sirve para nada. Isabel hay días que no quiere ir al cole.
Imaginemos por un momento que nosotros somos Isabel. Discutimos con alguien en la calle o tenemos un conflicto con un amigo y viene alguien a decirnos que tenemos que llevarnos bien, estar juntos, ser amigos y encima nos obligan a darle un beso o un abrazo. Creo que se entiende que eso es lo que menos nos apetece cuando estamos enfadados con alguien y que no está bien obligar a los niños a hacerlo por una sencilla razón, invalida lo que sienten.
El niño puede sentirse enfadado, disgustado, triste con la otra persona y no les dejamos vivir eso cuando les imponemos que se besen, estén juntos o sean amigos cuando no es lo que les apetece. Tienen derecho a querer alejarse del otro, a estar solos y a no dar muestras de afecto cuando no les nace.
Esto nos ocurre a los adultos porque estamos muy acostumbrados a huir de los conflictos. No nos gustan, nos dan miedo y no nos damos cuenta que forman parte de la vida, que nos ayudan a crecer y a ser mejores. Los niños viven sus conflictos también intensamente y es cierto que se enfadan y a ellos solos se les pasa y normalmente enseguida están jugando otra vez como si nada, pero eso no niega que sus sentimientos sean reales y tengan derecho a vivirlos.
Intervenimos mucho en los conflictos de los niños, demasiado. Nos gusta ser jueces y determinar quien fue el culpable y ha de pedir perdón. Pero el perdón, como el compartir, como el dar un abrazo o un beso a un amigo tiene que salir de uno, no puede venir impuesto. Pedimos perdón a alguien cuando empatizamos con la persona y somos conscientes de que le hemos hecho daño. Decirle a un niño que pida perdón por algo que no entiende, es un perdón vacío, como un gracias o un por favor obligado, que no enseña nada, más que obediencia al adulto o incluso que puedo hacer lo que quiera mientras luego diga perdón.
He visto a muchos niños pequeños que muerden o pegan y acto seguido dan un beso. No tiene sentido. Eso no hace que dejen de pegar o morder ni sana el dolor del otro. Cuando sean más mayores y puedan comprender, y si han tenido modelos de disculpa en su entorno, pedirán perdón, harán las paces, y darán abrazos si lo sienten y les apetece.
Así que podemos ahorrarnos muchas charlas con los pequeños con cosas como «tenéis que ser todos amiguitos», cosa que no es cierta, no tienen por qué serlo. «Tenéis que hacer las paces y daros un abrazo» (luego hablamos de consentimiento), y dejar los perdones para cuando a cada uno le salgan. Eso sí, como digo siempre, podemos ser su mejor ejemplo y pedirles perdón a ellos cuando nos equivoquemos, mostrándoles que todos podemos cometer errores y puede que nos perdonen y que nos dejen darles un beso o un abrazo o puede que no, y estará bien también.

 

EL BAILE DE FIN DE CURSO

“Y si nos estimulasen el pensamiento en vez de decirnos lo que tenemos que hacer.”
Sara tiene cuatro años y es una niña muy especial. No le gustan muchos las multitudes ni ser el centro de atención. Llevamos quince días ensayando el baile para el festival de fin de curso pero en el momento en el que ha empezado a sonar la música, Sara se ha visto ahí arriba del escenario, con tanta gente mirando que se ha puesto a llorar y ha venido hacia mí que estaba abajo intentando marcar los pasos para que los niños me siguieran. La he cogido, se ha calmado y se la he dado a sus padres. La música seguía sonando, pero como yo he dejado de hacer los movimientos, los niños se han perdido. Ha sido un desastre. Los padres aplauden igual. Les hace mucha ilusión este tipo de cosas. Yo estoy cabreada. Todo esto me parece ridículo. Esto es una fiesta donde los que deberían disfrutar son los niños, no solo los padres y no estoy segura de que todos los niños de cuatro de años disfruten con esto. Sara llevaba quince días que no quería venir al cole.
Hace quince días nos dieron los horarios de ensayo para bajar con los niños a practicar el baile al salón de actos.
Primer día:
«Chicos vamos a preparar un baile para los papás. Da igual que no os guste la canción, que no os guste bailar, que os de vergüenza, que no os apetezca, que no queráis. Vamos a hacerlo.»
14 días posteriores:
«Julia ponte aquí. Pedro tú aquí. No te muevas Lucas. He dicho que ahí quietos hasta que suene la música. Raquel agárrate a tu compañero. Ahora vuelta, ahora saltamos, ahora cambiamos de lado. ¿Sonia qué haces? Tienes que ir para el otro lado. Luis no es momento de jugar, estamos ensayando. Sofía un paso atrás. ¿No te acuerdas? Venga, muy bien. ¡Raúl vale ya! Como sigas así te quedas sin bailar. Lidia fenomenal, es la única que se sabe los pasos. Venga, yo voy a estar debajo y tenéis que mirarme por si se os olvida. ¿Sara no quieres bailar? Tus papás quieren verte, si no se pondrán tristes. ¡Andrea para! ¡Carlota basta! ¡SILENCIOOOOO!»
Que queréis que os diga. A mí no me compensa y creo que a ellos tampoco. Es cierto que luego queda muy bonito y muy vistoso. Es cierto que a los papás les encanta, pero mi experiencia me dice que la mayoría de niños de cuatro años no disfrutan con esto. A muchos no les gusta bailar, muchos no están preparados para seguir tantas órdenes, muchos no aguantan tanto tiempo haciendo la misma actividad, muchos no quieren hacerlo, muchos prefieren bailar a su ritmo, muchos no están maduros para entender los pasos, muchos prefieren jugar a ensayar, muchos se aburren soberanamente y yo me siento totalmente frustrada porque no deseo hacer esto, porque para conseguirlo tengo que pelearme con ellos y no quiero. Tengo que obligarles y no quiero. Tengo que gritar y no quiero. Pero no pasa nada, los papás aplaudirán y harán muchas fotos e incluso vendrán a felicitarme y eso debe ser que es lo único que importa.