MI EXPERIENCIA EDUCATIVA

«Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela.» George Bernard Shaw

Hoy quiero contaros mi experiencia en el sistema educativo, como lo viví y como lo recuerdo. La verdad es que en general fui una niña con suerte, por varias razones, pero aun así lamento haber perdido tanto tiempo de mi vida sentada en una silla.

La primera razón es que no fui a la escuela hasta los tres años, y sí, eso es una gran suerte. A pesar de que no pude estar con papá y mamá, que hubiera sido lo ideal, pude estar en casa con una persona para mi, que podía darme toda su atención.

Tuve suerte también porque cuando entré en la escuela infantil, por aquella época, prácticamente jugábamos todo el día, todo era mucho más lúdico, no había tantas normas, tanta disciplina, ni fichas, ni actividades dirigidas.

Tuve suerte porque al entrar en primaria y empezar el cole, era una niña que disfrutaba de las clases, me encantaba leer, me gustaba aprender, quería que llegara septiembre, el método tradicional que se usaba iba bien para mi, al menos los primeros años, pero me consta y siendo realista, se que no era así para todos, la mayoría de compañeros no querían ir, no disfrutaban.

Esto duró un par de años, en tercero de primaria los deberes ya me llevaban bastante tiempo y los odiaba. No los hacía siempre, me buscaba maneras de hacerlos en el recreo o copiarlos de alguien en algún hueco. Pero a pesar de no hacerlos me generaban una presión horrible.

Cuando viajábamos a visitar a mi familia a Argentina en Navidades, como nos íbamos un mes, me mandaban una cantidad espantosa de tarea para hacer. No la hacía toda, mis padres no me obligaban tampoco, pero estaba ahí, sabía que tenía que hacerla y me angustiaba. Debía disfrutar de las vacaciones y de la gente pero los dichosos deberes no me permitían desconectar.

Curso a curso la cosa se iba volviendo aburrida y cada vez más difícil, pero como os decía tuve suerte, porque tengo buena memoria, y eso, en el sistema que tenemos ayuda muchísimo. Estudiaba el día de antes, memorizaba como un papagayo y soltaba en el examen para no volver a recordar nada de aquello jamás.

La secundaria transcurrió inventando mil maneras de entretenerme en clase y sobrevivir a las horas muertas en que los profesores leían el libro de texto. Nos mandábamos notitas con los amigos, hacía dibujos, escribía canciones, cartas, cualquier cosa era más entretenida que escuchar al profesor. Pasé de sentirme agobiada y aburrida a sentirme estafada y rabiosa. No quería malgastar mi tiempo estudiando cosas que sabía que iba a olvidar así que me inventaba mil formas de pasar los exámenes sin hacerlo. No me siento orgullosa de ello pero tampoco me avergüenzo. Sobrevivía.

Las matemáticas, que no las estudiaba y simplemente se me daban bien, las clavaba y no me importaba pasarle mi examen al de al lado para que sacara un diez como yo. Para algunos eso es hacer trampa, yo lo veía como ayudar a mis amigos, pero el sistema como sabemos nos quiere competitivos no cooperativos.

Por suerte de nuevo, en la universidad pude estudiar la carrera que quería. Tuve buenos profesores, disfrutaba de algunas clases, quería ir a varias (también pasé mucho tiempo en la cafetería aprendiendo cosas también muy valiosas para la vida) y lo recuerdo con cariño. Pero también tuve muchas horas perdidas sentada en un pupitre. Perfeccioné mis estrategias para entretenerme y me imprimía libros de literatura que me gustaban en folios de papel, así parecían apuntes y leía horas y horas durante muchas clases.

Nunca fui una niña de sobresaliente. Me cansé de escuchar a mis profesores decir que si me esforzaba más podía ser excelente. Yo no quería esforzarme más ni ser excelente. Quería jugar y estar con mis amigos. Yo me conformaba con un 5. Como os decía tuve suerte porque mis padres tampoco me pidieron mucho más. 

Cuando terminé la universidad y hasta hoy, sigo estudiando. Esta vez por mi cuenta. He leído sobre lo que me ha interesado, he realizado cursos que quería hacer, he ido a charlas, he investigado, he compartido con otras personas y he podido llevarlo a la práctica. Estos últimos años han sido un verdadero aprendizaje, real, productivo, motivador, divertido, significativo, útil y me han hecho descubrir que esta es la única forma de aprender bien algo, desde la pasión, el interés y las ganas. Todo lo demás no es aprendizaje, es otra cosa. ¿Y vosotros? ¿Cómo ha sido vuestra experiencia?

 

MIS PADRES

«Hay dos regalos que podemos dar a los hijos: raíces para crecer y alas para volar.»
 
Hoy cumplo 30 años. Hace 30 años mis padres también tenían 30 y me tuvieron a mi. Yo siempre dije que quería ser mamá antes de los 30 y aquí estoy, intentándolo hacerlo tan bien como ellos, que sin haber leído ni un solo libro sobre crianza, sin saber ni la mitad de lo que yo sé, lo hicieron realmente bien y son todo un ejemplo para mi.
Mis padres nunca se burlaron de mi, porque llorara o porque tuviera miedo. Nunca me humillaron ni me insultaron ni me hicieron sentir menos.
Mis padres nunca usaron el chantaje para conseguir que me portara bien. Nunca me etiquetaron como niña buena o niña mala.
Mis padres no usaban el castigo para corregir los comportamientos, hablaban conmigo y me explicaban las cosas.
Mis padres no le daban mucha importancia a las notas, no me premiaban ni me regañaban por eso, tampoco me exigían de más ni me agobiaban con los deberes.
Mis padres nunca me obligaron a hacer una actividad extraescolar. Me dejaban elegir lo que me gustaba, me daban muchas opciones y si no quería, dejaban que no fuera.
Mis padres me dejaron siempre mucha libertad, más de la que se solía dejar, no eran rígidos con la hora de volver a casa y confiaban en que fuera sola al médico o a comprar.
Mis padres han sido la llave que me ha hecho descubrir el mundo. Me han acercado al buen cine, a la buena música y me han contagiado el gusto por leer.
Mis padres han sido un ejemplo de la importancia de tener amigos y cuidarlos. De ser generoso con los demás.
Mis padres me han hecho sentir que el mundo es un lugar seguro y agradezco por eso no ser una persona desconfiada y miedosa.
Mis padres me han dejado siempre ser quien yo quería ser, en todos los aspectos y apoyándome en todas las decisiones.
Mis padres nunca me han dicho como tenía que vestir, como tenía que ser, me han aceptado tal y como soy sin querer cambiarme.
Mis padres han sido y son mis amigos, con los que nunca ha habido tabúes y he podido hablar de todo. Porque creo que la gente que dice que no se puede ser amigo de los padres, es porque ellos no lo son.
Por todo esto me siento una afortunada. Se suele decir que uno está orgulloso de sus hijos, yo lo estoy de mis padres. Espero estar a su altura.
Gracias.

YO TAMPOCO QUERÍA IR AL COLE

«No puedo enseñar así por más tiempo. Si os enteráis de algún trabajo en el que no tenga que hacer daño a los niños para ganarme la vida, hacédmelo saber.» John Taylor Gatto
Rocío tiene 20 años, acaba de terminar la carrera y no puede creerse que va a empezar a trabajar en un cole de infantil como tutora. Es su sueño. Tiene mil ideas y está emocionada, pero cuando lleva un mes allí ya no está tan contenta y no entiende por qué. Pasan los meses y cada vez tiene menos ilusión. A pesar de que los niños la adoran, ella no está bien. Se siente estresada, cansada, ha empezado a tener problemas con las compañeras, con la jefa y a tener crisis de ansiedad. La gente le dice que es normal, que ya se acostumbrará. Aguanta allí tres años hasta que un día no puede más y decide dejar atrás el que creía su sueño y no volver más. Rocío tampoco quería ir al cole.
A pesar de que la carrera de magisterio deja mucho que desear y de que está anticuada en metodologías y demás formas de hacer, creo que todas salimos de allí con ilusión y ganas de cambiar las cosas, de por fin tener un aula con niños y disfrutar de la profesión. Pero somos muchas las que nos damos de bruces con la realidad de un sistema educativo que deja poco margen de actuación, que tiene muchas trabas y que nos pone muchas zancadillas para disfrutar de verdad de estar con los niños.
Esta es mi experiencia y cada una tendrá la suya, pero me consta que muchas cosas se están haciendo mal en muchos sitios. Que no era la única que lo estaba pasando mal. Que hay mucha gente que quiere huir de las escuelas infantiles y mucha que no puede.
29 niños de 4 años en muy pocos metros cuadrados es muy estresante. Tienes varias opciones: coges el rol de sargento, los tienes firmes y callados para que no se te descontrolen, o tomas el rol de animadora que tanto me disgusta, de estar cantando y haciendo teatro todo el día para que estén entretenidos y tampoco se te descontrolen. Y luego está la opción 3, que fue la que acabó conmigo y me trajo problemas. Dejar que se descontrolen, que jueguen, que salten, que se peleen, que hagan trenes con las sillas, castillos con las mesas, que no vayan en fila, que coman lo que quieran… Eso sí, las tres son agotadoras por igual, aunque unas mejores que otras.
Lo peor era bajar a la piscina. Todos los días me decían que nos iban a poner un ayudante, pero acabó el curso y nunca vino. Bajaba con los 29, los desvestía, se bañaban y luego tenía que vestirlos a todos, en media hora, con el calor del vestuario, mientras camisetas y calcetines volaban por los aires y se mezclaban unos con otros. Todo esto rezando para que la camiseta que le había puesto a Berta, fuera la de Berta y no la de Juan, porque sino al día siguiente tendría bronca de su madre. Como aquel día que Luis se fue con los zapatos cambiados, el derecho en el izquierdo y recibí una nota diciendo que era inadmisible lo que había ocurrido y que no me iban a consentir que volviera a pasar.
Bueno miento, lo peor no era eso. Lo peor era la violencia y lo peor es cuando la normalizas. Porque gritar es violencia, zarandear es violencia, meter una cuchara en la boca a la fuerza es violencia, humillar es violencia, dar en la boca a un bebé por morder es violencia, insultar es violencia, tener a un niño castigado sin moverse es violencia. Y hubo un día en que vi claro que o me iba o acabaría convirtiéndome en esas personas que me horrorizaban tanto cuando pisé el cole por primera vez. 
 
Por suerte elegí lo primero y a esas personas en realidad les debería dar las gracias, me enseñaron aunque quizá no de la mejor forma, el tipo de maestra a la que nunca me gustaría parecerme. Salí de allí pensando que mi carrera como maestra había terminado, no quería saber nada más de coles y niños. Pero todo en la vida pasa por algo y siempre digo que si no hubiera estado allí, hoy no estaría aquí. Porque no, no dejé la educación, sino que descubrí un mundo nuevo llamado pedagogías alternativas, con sus luces y sus sombras, pero que me cambió la vida, sí, suena grande, pero es verdad. Pero eso es otra historia y ya os lo cuento otro día…

NO QUIERO OLVIDARLO

Dice la abuela que ya no se acuerda de si yo gateé, que no sabe exactamente cuándo me salió el primer diente ni el pelo, que esas cosas se olvidan. Pero yo no quiero olvidarlo.

No quiero olvidar ese olor a recién nacida que me embriagaba y que creo que solo olía yo y hacía que no pudiese parar de olerte.

No quiero olvidar tu primer baño en casa, que te debió relajar mucho porque te hiciste caca dentro de la bañera.

No quiero olvidar mis miedos, mis inseguridades, mis agobios de madre, por si respirabas, por si llorabas, por si estabas bien.

No quiero olvidar que he llorado, de cansancio, de sueño, de alegría y felicidad.

No quiero olvidar todas tus siestas sobre mí. Porque si no eran así, no dormías y a mí me sabían a gloria.

No quiero olvidar tus primeras sonrisas, esas que te agrandan el corazón.

No quiero olvidarme de aquel día en que enganchada a la teta, te reías a carcajadas, con lo que te cuesta a ti reírte así.

No quiero olvidarlo, que eres una bebé muy seria y que por eso cuando te ríes es tan especial.

No quiero olvidar el día que te diste la vuelta por primera vez mientras yo tendía la ropa y al girarme vi que estabas boca abajo y la rabia que me dio habérmelo perdido.

No quiero olvidar el primer día que te dimos un trozo de pan, y todos los demás en que te has echado yogur por el pelo y lanzado lentejas por los aires.

No quiero olvidar esas primeras palabras tuyas sin significado (acagua, embé…) que para mí lo significan todo.

No quiero olvidar esa sonrisilla de abuelita, esos morritos y payasadas que te gusta hacer.

No quiero olvidar que a los nueve meses gateaste, a los diez subiste las escaleras de la abuela y a los once te salieron tus primeros dos diente y te quedaste de pie por primera vez.

Y que con un año, todavía apenas tienes pelo.

No quiero olvidar nada de esto. Y como no quiero olvidarlo, lo escribo.

¡FELIZ PRIMER CUMPLEAÑOS MI AMOR! TE QUIERO